La puesta en valor del cuerpo en arteterapia

Resumen

El valor del encuentro ubica un punto de partida, en un contexto en que un otro aloja y habilita para que devenga texto en la escena arteterapéutica. Multiplicidades de lenguajes podrían ser facilitadores, no sin implicar al Cuerpo.

El Cuerpo, protagonista en cada paso de experiencia, continente infinito de huellas reales y simbólicas habitando distintos planos que coexisten en un imbricado y complejo dinamismo, siempre está en evolución. Poner en valor al Cuerpo en nuestra formación continua es oportunidad para tornarlo recurso de intervención profesional.

Palabras clave: cuerpo, encuentro, experiencia, disponibilidad, recurso.


Actualizar el deseo, ubicar el motor para estar en formación, una dinámica manera de ser profesional. El juego y el jugar, el arte, la creatividad, la articulación entre la experiencia de vida y la formación profesional, no una más o menos importante que la otra, sino una y otra.

Si tuviera que sintetizar, diría que partí de la experiencia hacia la formación académica para luego volver a articularla con la experiencia, cuestionar y cuestionarme, salir nuevamente a la búsqueda de formación para enriquecer la experiencia. Este es el recurso, el que siento propio en dinámica construcción. Mi cuerpo siempre presente activo.

Convoco a Larrosa y Skliar para enmarcar eso que llamamos “experiencia”:

La experiencia es “eso que me pasa”. Vamos ahora con ese me. La experiencia supone, lo hemos visto, ese algo que no soy yo, un acontecimiento, pasa. Pero supone también, en segundo lugar, que algo me pasa a mí. No que pasa ante mí o frente a mí sino a mí, es decir, en mí. La experiencia supone, ya lo he dicho, un acontecimiento exterior a mí. Pero el lugar de la experiencia soy yo. Es en mí (o en mis palabras o en mis ideas o en mis representaciones, o en mis sentimientos, o en mis proyectos, o en mis intenciones, o en mi saber, o en mi poder, o en mi voluntad) donde se da la experiencia, donde la experiencia tiene lugar (Larrosa y Skliar, 2009, p. 14).

Valorizo el proceso creador como medio terapéutico. Aprecio el arte, identificándome en aquella zona que, en mi experiencia de vida, desde la adolescencia fue gratamente transformadora, sanadora, terapéutica.

Habitar esa zona en que la atención no es alerta, en que la mirada es espera activa, en que la escucha es una posibilidad de expansión. Habitar el tiempo y el espacio del propio hacer y del proyecto que se renueva. Darle la oportunidad al destino de que sorprenda con lo inesperado, pero también poder anticiparse; estar en apertura consciente del sitio que se ocupa. Cuando formarse puede dar lugar a transformarse. No ir más rápido que el ritmo de la necesidad, ir hacia lo incierto. Detenerse en el encuentro con uno, con el otro, con la experiencia. Y en la experiencia, dejarse afectar y desde allí convivir con lo que va siendo. Explorar la plasticidad, la capacidad de adaptación.

En el acto creador, el protagonista con su cuerpo se entrega al proceso, concientizando de manera progresiva un hacer que le es propio, particular, personal.

En el acto creador, el protagonista con su cuerpo se entrega al proceso, concientizando de manera progresiva un hacer que le es propio, particular, personal. La potencia se concentra en la elección de los colores, de los matices, de las texturas, del movimiento, de la música, del material; una constante dinámica. Hacer para ser. Convivir con la incertidumbre, sembrar silencios, ubicar palabras, saborear recorridos, establecer patrones, poner luz a la obra, jugar con las sombras, permitir que surja sonoridad, movimiento, acción, fuerza vital creadora, proyectar, proyectarse en la acción, devenir. Figuras y fondos, marcos, bordes y horizontes, distancias, trazos, volúmenes, cadencia, quietud, latidos, sensaciones, sentimientos, estados, necesidades puestas en valor en la acción hacia la creación. La conciencia y la inconciencia que dan consistencia.

En arteterapia, el acompañamiento, la mirada y el posicionamiento del profesional han de ser en apertura, flexibilidad, disponibilidad al devenir de la persona en su experiencia. Atento a captar la necesidad emergente para poner al servicio sus recursos profesionales y, de ese modo, ser facilitador, con su intervención, del proceso de quien es protagonista.

Margaret Naumburg afirma: “El terapeuta de arte no interpreta la expresión artística simbólica de su paciente, sino que lo alienta a que descubra por sí mismo el significado de sus producciones artísticas” (Naumburg, ap. Moccio, 1994, p. 17).

La exploración, la observación, la acción, las pausas, la expresión, la comunicación mediatizada por diferentes lenguajes artísticos con sus materiales, soportes, movimiento, palabra, gestualidad, sonoridad (artes plásticas, musicales, escénicas, literarias) brindan una base de sustentación desde la que es factible una dinámica transformadora, un darse cuenta de que se torna oportunidad terapéutica para el paciente, en un contexto grupal o individual, con un encuadre determinado.

El valor del encuentro ubica un punto de partida para el tiempo y espacio arteterapéutico, un que-hacer en que el acontecimiento ancla en la experiencia.

La puesta en valor del cuerpo en la experiencia, y de la experiencia en y con el cuerpo.

Desde mi perspectiva, el producto es lo que sucede en el proceso, no hay un punto final dado por otro, sino que resulta de aquel tiempo en que la persona protagonista considera que es su conclusión de obra. La estética no es determinada por una técnica, sino por el mundo interno del individuo vuelto hacia fuera, visible a la mirada de otros, con su orden o desorden, sus matices y significaciones, la estética de su peculiaridad.

Una situación de encuentro en el marco arteterapéutico ubica un tiempo y un espacio para ser, estar, experimentar, explorar, transitar, detenerse, sentir, expresar, comunicar, entre el mundo interno y el externo, en sostén y contención de una mirada habilitadora, facilitadora, potenciadora de la particularidad, desprovista de juicios de valor, que posibilite integrar lo que emergió en el proceso.

La formación corporal del arteterapeuta

El cuerpo es eminentemente un espacio expresivo.
El cuerpo es nuestro medio general de poseer un mundo.
(Merleau-Ponty, ap. Matoso, 2007, p. 119).

La formación del arteterapeuta tiene distintas variables. Yo hago foco en la corporal, ya que refiere un tránsito personal que implica conocerse en esta dimensión, reconstruir la propia historia de la corporeidad, en la relación con esos otros significativos en la crianza, con esas huellas que graban desde el contacto, el tacto, las miradas, las palabras, las sensaciones, los gestos, las actitudes, las posturas, los ritmos, para luego poder delinear aquella frontera que nos diferencie en situación transferencial, para que torne sentido el cuerpo del otro en su gestualidad, actitudes, postura, expresiones que emanan en un casi sin querer que sea, pero que son factibles de captación a la mirada del arteterapeuta, en pos de ajustar su intervención, atendiendo a sus distancias, su tono, su disponibilidad, sus silencios, su quietud, su movimiento… por nombrar solo algunos.

Al respecto, David Le Breton dice:

El cuerpo no es una cosa, una sustancia o un organismo, sino una red plástica contingente e inestable de fuerzas sensoriales, motrices y pulsionales, o mejor aún, una banda espectral de intensidades energéticas, acondicionada y dirigida por un doble imaginario: El imaginario social y el imaginario individual (Le Breton, ap. Matoso, 2007, p. 21).

Tomar conciencia de que nuestro cuerpo está directamente implicado no es tarea sencilla. Maurice Merleau-Ponty afirma: “Yo no estoy ni en el tiempo ni en el espacio, yo no pienso en el espacio y en el tiempo, yo soy el espacio y el tiempo. Mi cuerpo se aplica a ellos y los abraza” (Merleau-Ponty, ap. De Ajuriaguerra, 1979, p. 342).

El valor del encuentro ubica un punto de partida para el tiempo y espacio arteterapéutico, un que-hacer en que el acontecimiento ancla en la experiencia.

La puesta en valor del cuerpo en la experiencia, y de la experiencia en y con el cuerpo.

En nuestra formación no podemos desconocer el cuerpo, continente infinito de huellas reales y simbólicas, distintos planos que coexisten en un imbricado dinamismo complejo que siempre está en evolución.

El cuerpo, constituido en la relación con otro/s que lo significan, sostenido en vínculos que, al decir de Winnicott, le otorgan continuidad de existencia. No hay otro camino que el de la propia experiencia en y durante la vida en relación, la que nos constituye y por la que construimos nuestros aprendizajes; por ello, la experiencia, inexorablemente, es por y a través de nuestro cuerpo, por lo que aloja y deja huella, por lo que hace mella, por lo que aviva en sensación, en emoción, en impresión pasada de lo que actualiza en el propio hacer. La experiencia no carece de proceso, todo proceso requiere de un marco, del encuadre, de un contexto, de un otro habilitador para que el encuentro devenga texto en la escena arteterapéutica.

Para ubicar un poco más al acontecer del cuerpo, recurro a Françoise Dolto:

El esquema corporal especifica al individuo en cuanto a representante de la especie, sean cual fuere el lugar, la época o las condiciones en que vive. Este esquema corporal será el intérprete pasivo o activo de la imagen del cuerpo, en el sentido de que permite la objetivación de una intersubjetividad, de una relación libidinal fundada en el lenguaje […]
[…] La imagen del cuerpo, por el contrario, es propia de cada uno, está ligada al sujeto y a su historia.
[…] La imagen del cuerpo es la síntesis viva de nuestras experiencias emocionales: interhumanas, repetitivamente vividas a través de las sensaciones erógenas electivas, arcaicas o actuales.
[…] La imagen del cuerpo es a cada momento memoria inconsciente de toda la vivencia relacional, y al mismo tiempo es actual, viva, se halla en situación dinámica, a la vez narcicística e interrelacional: camuflable o actualizable en la relación aquí y ahora, mediante cualquier expresión fundada en el lenguaje, dibujo, modelado, invención musical, plástica, como igualmente mímica y gestual.

Gracias a nuestra imagen del cuerpo portada por –y entrecruzada con– nuestro esquema corporal, podemos entrar en comunicación con el otro. Todo contacto con el otro, sea de comunicación o de evitamiento de comunicación, se asienta en la imagen del cuerpo; porque no es sino en la imagen del cuerpo, soporte del narcisismo, que el tiempo se cruza con el espacio y que el pasado inconsciente resuena en la relación presente. En la relación actual sigue repitiéndose en filigrana algo de una relación de un tiempo pasado (Dolto, 2015, pp. 21-22).

El cuerpo en la experiencia y la experiencia en el cuerpo

Multiplicidades de lenguajes podrían ser facilitadores en comunión con materiales, la voz, el sonido, el movimiento, el ritmo; expresiones de un sujeto con su cuerpo en situación de experiencia, con otro en disponibilidad de escucha. El cuerpo en la experiencia y la experiencia en el cuerpo, convergencia del tono, encuentro al menos entre dos. Llevar a la conciencia, poner en valor la experiencia.

Según Henri Wallon,

[…] el conocimiento es el fruto y la consecuencia de la organización del sistema emocional y no se puede comprenderlo sino a través de la relación con el otro. Esta relación halla sus primeras expresiones en las relaciones tónico emocionales (Wallon, ap. De Ajuriaguerra, 1979, p. 344).

Más adelante, afirma que

[…] la relación tónica no es sino experiencia corporal; y a la inversa, el cuerpo no es sino el producto vivencial de la experiencia tónica. Ha sido preocupación constante de H. Wallon señalar la importancia de la primera fusión afectiva en el posterior desarrollo personal, fusión expresada mediante fenómenos motores, en un diálogo que preludia al posterior diálogo verbal y al que le damos el nombre de “diálogo tónico”. El diálogo tónico que se encarga de sumergir a la personalidad entera en la comunicación afectiva, tan solo puede tener un instrumento a su medida, un instrumento total: el cuerpo (Wallon, ap. De Ajuriaguerra, 1979, 2014).

Pensar en las relaciones y en la relación entre las relaciones; entre personas, entre objetos, entre materiales; entre las personas y la experiencia. Detenerse en las relaciones entre los cuerpos y de cómo allí toma sentido el Ser y el Hacer para que aquello que estaba encapsulado, enquistado, cristalizado, velado, pueda dinamizarse.

En nuestra formación no podemos desconocer el cuerpo, continente infinito de huellas reales y simbólicas, distintos planos que coexisten en un imbricado dinamismo complejo que siempre está en evolución. Responsabilizarnos de su existencia nos da la oportunidad de habilitarnos a esta zona de experiencia, y convertirlo en recurso de intervención profesional.

Bibliografía

De Ajuriaguerra, J. (1979). Manual de psiquiatría infantil. 4ta ed. Barcelona, España: Toray-Masson.

Dolto, F. (2015). La imagen inconsciente del cuerpo. Buenos Aires: Paidós.

Larrosa, J. y Skliar, C. (comp.) (2009). Experiencia y alteridad en educación. Rosario: Homo Sapiens.

Matoso, E. (2007). El cuerpo territorio de la imagen. 3ra ed. Buenos Aires: Letra Viva.

Moccio, F. (1994). El taller de terapias expresivas. México: Paidós, colección Grupos e Instituciones.

Nachmanovitch, S. (2015). Free Play. La improvisación en la vida y en el arte. 2da ed. Buenos Aires: Paidós.

Reisin, A. (2005). Arteterapia. Semánticas y Morfologías. Buenos Aires: el autor.

* Psicomotricista (ACES A-1031). Posgrado de Especialización en Estimulación Temprana (Instituto Saint Jean, A-492). Arteterapeuta (Primera Escuela Argentina de Arteterapia). Diplomado en Ciencias Sociales con mención en Gestión Educativa (FLACSO). Especialización en Gestión y Conducción del Sistema Educativo y sus Instituciones (Flacso). Psicodrama y Coordinación Grupal (EIPASO). Actor, mimo y teatro espontáneo.

Cómo citar este artículo:

Mennielli, J. A. (2019). La puesta en valor del cuerpo en arteterapia. Arteterapia. Proceso Creativo y Transformación, 2 (4). Recuperado de: https://arteterapiarevista.ar/la-puesta-en-valor-del-cuerpo-en-arteterapia/