El antídoto de Ana. Abordaje arteterapéutico con una joven con conductas autoflagelantes
Ana tiene 22 años y asiste a mi consultorio desde los 20. Llegó a la consulta preocupada porque no lograba aprobar ninguna materia del Ciclo Básico Común.1 Con grandes aspiraciones artísticas desde niña, al momento de elegir una carrera, se anotó en Economía. Su argumento era: “me gusta dibujar y pintar, pero debo seguir una carrera que tenga que ver con ‘estudiar’”.
La historia de Ana
A sus cinco años, sus padres se separaron. A los ocho años, su madre consiguió trabajo en el exterior y sus padres dejaron que Ana y su hermano de diez años elijan con quien vivir. Ana optó a último momento por acompañar a su madre. Su hermano se quedó con su padre. Sentía culpa por no haberse quedado con ellos y tristeza por no saber cuándo volvería a verlos. Pero tampoco quería separarse de su madre.
Su estadía fuera del país duró hasta terminar la secundaria. Durante esos años, tuvo poco contacto con su padre y su hermano. Refiere que tuvo una adolescencia difícil, ya que su madre la cambiaba de colegio constantemente “por puro capricho”. Esto le imposibilitaba tener amigos estables. Se sentía la rara del curso, alejada del resto. Con las pocas amistades que intentó forjar, no podía salir del rol de “la tercera que quedaba por fuera de todo”.
Las relaciones triangulares, en las que ella termina lastimada, son una constante en su vida. A sus 15 años, la madre la lleva a un ginecólogo “de confianza”, quien abusa de ella. Esta escena se repite varias veces. Ana nunca dijo nada. Para ese entonces, comienza a tener ataques de pánico, retraimiento social, constantes enfermedades en las vías respiratorias. Ella asegura que se va a morir de una enfermedad en los pulmones; siente que “ya no se llenan de aire”.
Ya en Buenos Aires, vive mayormente con su madre y algunas veces con su padre y su hermano, con quienes ha retomado cierta relación, aunque distante. Ambos padres conviven con sus parejas. En ninguna de las dos casas siente que tiene su espacio. En ambos lugares dice estar “de prestada”.
Describe a su madre como invasiva y sobreprotectora y dice que su padre no sabe comunicarse con ella. Desde los 16, en momentos de gran angustia, Ana solo siente alivio produciéndose laceraciones en su cuerpo, antes, con una navaja, actualmente, con un bisturí que le robó a un amigo. Múltiples marcas en sus entrepiernas y sus brazos dan muestra de ello. A veces se cubre sus extremidades para que no se vean, otras veces, busca visibilizarlas llevando minishorts y musculosas. Nadie en su familia lo nota. Nadie la mira realmente. Hace un año comenzó a colocarse piercings en diferentes partes de su cuerpo. La mayoría se han infectado, su cuerpo los rechaza. Ante cada infección, Ana tiene la certeza de que va a morir.
A lo largo de su proceso terapéutico conmigo, según su disposición, algunas veces la acompaño desde la palabra, otras, podemos trabajar desde el arteterapia y, algunas otras, Ana solo se queda llorando en posición fetal sobre el sillón. En cada uno de los encuentros, Ana sabe que yo estoy allí para ella.
Un recurso arteterapéutico
Le propuse a Ana trabajar de la siguiente manera: le presenté tres cajas diferentes. La primera tenía distintos papeles con palabras tales como: alegría, desencuentro, humildad, desconfianza, etc. En la segunda caja había pequeños recortes de cartulinas de diferentes colores y formas. La tercera contenía distintos colores de pastel al óleo.
Primero, debía extraer al azar un papel de la primera caja. Con esa palabra como disparadora, la invité a explayarse sobre la misma. Una vez que el tema se agotaba (solía suceder que esto llevaba toda una sesión), debía, también al azar, extraer uno de los recortes de la segunda caja y un pastel al óleo de la tercera caja. Así, sobre una hoja, debía ubicar el recorte en el lugar que deseara y con el pastel al óleo debía utilizar el recorte como un esténcil sobre la hoja. La intención del trazo que utilizara con el pastel al óleo debía estar relacionada con la palabra trabajada. Por ejemplo, si era “desconfianza”, ese trazo debía hacerse con desconfianza.
A lo largo de los encuentros fuimos trabajando diferentes palabras y sobre la misma hoja quedaron plasmados los trazos con distintos colores y formas. Luego de llegar a las 15 palabras, le propuse que, si lo creía conveniente, interviniera lo plasmado en el papel como ella deseara. Y así lo hizo… La Figura 1 muestra el progreso de esta etapa del proceso.
Luego de leerle el listado de las palabras con las que trabajamos le pregunté qué veía. Ana giró la hoja varias veces hasta dejarla en forma vertical.
A continuación, transcribo las observaciones de Ana sobre cada sector de su dibujo y el diálogo que mantuvimos:
- En el sector E reconoce un ojo que mira de perfil.
- En el sector D ve una máscara roja con frente, nariz y boca que oculta un rostro.
- En el sector A observa una explosión expansiva, creativa. Está justo en la parte superior de la cabeza. Es un mundo lleno de ideas y ganas de crear que no puede salir.
- En el sector B también ve una explosión, pero esta es caótica. La ubica en el lugar de la garganta. Es como algo atorado. Es de color verde porque está “podrido”. Es algo que se pudre por estar tanto tiempo en ese lugar y no puede salir.
Yo: — ¿Qué es lo que hay ahí que se está pudriendo?
Ana: — Muchas cosas.
— Te propongo que dejes que esas “muchas cosas que se están pudriendo en la garganta” salgan en un dibujo. Exorcizalo en la hoja. (Le ofrezco una nueva hoja).
Ana dibuja:
En el dibujo original, en el interior de lo que se pudre, solo hay vacío. Ahora le dio una identidad. Le dio color, forma, textura.
Ana: — Usé otros colores que no fueran verde porque en realidad el verde es lo que se ve, lo que ya está podrido. Pero adentro es más pesado y oscuro. Son muchas cosas.
Yo: — ¿Por ejemplo?
Lentamente, Ana comienza a hablar. En un principio con voz muy baja, pero, de a poco, se va notando su enojo y va elevando el tono de sus palabras. De manera catártica, Ana no deja de enumerar “cosas que se están pudriendo en la garganta”, que hasta ahora no se animó a decir. No salían.
Ana: —Tengo una tía que se llama Ana, como yo. Ella nunca me visitaba porque yo vivía en una “zona pobre”. Cuando se fue a vivir a Europa, a veces venía de visita, pero a mí no me veía. Solo me mandaba regalos. Te quiero ver a vos, ¡no quiero regalos!
Yo: — Nunca me contaste que tenías una tía que se llama igual que vos.
— Sí. Viven diciéndome que me parezco en esto y en aquello a ella. ¿Para qué me lo dicen? Yo no me quiero parecer a ella. Pero nunca se los dije. Y mi mamá: siempre me sobreprotegió. Siempre me acompañó al colegio. Eso me daba mucha vergüenza. Pero nunca se lo pude decir. ¡Hasta me acompañó a mi primer día de la facu!2 ¿No te das cuenta de lo mal que me hacés? Ya no hay forma de que entienda.
Ana comienza a llorar. Aprieta los puños. Se la nota muy enojada. Pero no se detiene, continúa…
— También me acuerdo de mis dos amigas del último año del secundario. Eran muy caretas3 y nunca decían lo que les parecía. Nunca van a aceptar que son caretas. Y cuando mis papás se separan, mi papá empieza a salir con una mujer. Me la presenta y me dice que no diga nada a mi mamá. ¿Cómo pudo hacerme eso? Yo tenía cinco años. ¡Cinco años! Él nunca dice nada. Siempre me traicionó. Si se acerca no lo hace para ocuparse de mí sino porque va a tomar alguna medida legal contra mi mamá. Siempre fue igual. Nunca le pude decir que ese manejo no me hace bien. Muchas veces prefiero no verlo y le digo que no puedo.
— Son muchas cosas no dichas.
— Y muchas frustraciones. Cosas que quiero hacer y no logro hacerlas.
— Usaste el rojo y el negro para rellenar eso que se pudre. ¿Qué representaría cada color?
— El rojo es mi mamá, por lo avasallante. El negro, obvio, mi papá… es oscuro.
— ¿Y qué más ves en el dibujo?
— Veo un vaso (señala el sector C).
— ¿Un vaso?
— Sí, pero está roto por abajo. Se le escapa el contenido.
— ¿Ya estaba roto o lo rompiste vos?
— Estaba roto… es lo que hay. Su color es neutro. No está ni de este lado (señala la parte A del dibujo, la expansiva), ni de este otro (señala la parte B, la caótica).
— Hagamos de cuenta que ese vaso roto podría haber contenido la medicina para curar todo eso que está atorado en la garganta. Te propongo que dibujes un vaso sano con su contenido: un antídoto.
Le doy otra hoja. Ana dibuja su vaso con su contenido (ver Figura 4).
— ¿Este es el antídoto que preparaste?
— No. No veo que sea un antídoto. Primero respeté el color y la forma, después le agregué el naranja que hay en A, pero después le puse violeta, y ese color no cura. No me imagino una medicina violeta. El violeta no me gusta. Además, está todo revuelto.
— Entonces, ¿por qué no dejaste que surgiera la medicina que realmente puede curarte?
Frente a esta pregunta Ana comienza a angustiarse. Como muchas otras veces, llora y se queda hecha un bollo sobre el sillón. Repite una y otra vez: “No lo sé. No lo sé. Siempre hago lo mismo”. Le lleva varios minutos reponerse. Le presento una nueva hoja y con firmeza le digo:
— Aquí y ahora tenés la oportunidad de ver de qué forma puede ser esta medicina. Este fue tu primer intento. Ahora, permitite preparar nuevamente tu medicina, pero sin usar el violeta si creés que no va.
Ana duda, pero se pone a dibujar sin usar el violeta (ver Figura 5).
— ¿Y ahora? ¿Esta es tu medicina?
— No, todavía no. Son los colores que tomé de A, pero está todo muy revuelto, con muchas vueltas. En A todo fluye más. Se expande más.
— Muy bien. Ya pudiste cambiar el color de tu medicina, pero no todavía la forma y creo que ya sabés cuál es esa forma. En A ya lo dejaste expresado. (Le recuerdo que siempre que tiene que resolver algo en su vida, como la elección de su carrera, va por el camino más sinuoso que, por lo general no la lleva a resolver nada, aun sabiendo cuál es el camino de sus deseos. Lo mismo está haciendo ahora con su medicina). Nuevamente, te propongo que te permitas hacer tu medicina con los colores y las formas que sabés que son.
Le alcanzo una nueva hoja. Ana vuelve a crear (ver Figura 6).
— ¿Y ahora?
— Ahora esta puede ser mi medicina.
— ¿Querés modificarla?
— No. Ya no. (Ana suspira profundamente. Algo comienza a relajarse en su tono muscular).
— ¿Ya podemos decir que esta es tu medicina?
— Por ahora sí.
— ¿Y qué ves?
— Una flor.
— Ya tenés tu medicina para liberarte de lo que tenés atragantado. (Le muestro el dibujo que hizo sobre todo lo que tiene atorado y se está pudriendo). ¿Qué querés hacer con esto?
— Destruirlo.
— Muy bien. Hacelo.
Ana toma el dibujo y lo rompe cuidadosamente en muchos pedazos. Le propongo que se los lleve a su casa y los entierre en su jardín. Luego, que siembre a su lado alguna planta con flores que se asemeje en color y forma al del último dibujo.
Conclusión
A lo largo de su vida, Ana se vio obligada a callar. No solo la palabra hablada estaba obturada, también su creatividad, sus deseos y el contacto con sus emociones. Todo esto fue acumulándose en su alma con gran dolor y solo encontraba alivio momentáneo al flagelar su cuerpo. Mucho tenía sacar, pero todo lo calló.
En el proceso que relaté con anterioridad, se habilitó a Ana un canal alternativo al terreno verbal, confiriendo al discurso una exterioridad real y operar sobre ella desde lo artístico, apelando a sus recursos creativos. Si bien en un primer intento de plasmar una “medicina” Ana repite lo que ya sabe hacer: lo correcto (el color violeta), nada tiene que ver con sus deseos o recursos “expansivos”. Ella misma afirma entre llantos “siempre hago lo mismo”. Con una nueva hoja, la invité a que salga de esa zona de confort que tanto la oprimía y se explore con aquellos recursos que nunca se animó a utilizar. Formas y colores que estaban en ella, se revelan en su interior y saltan a la hoja. Incluso logra seguir trabajando en esto y hacer una tercera “fórmula medicinal”, ya no tan confusa, algo florece.
Al poco tiempo de este trabajo, Ana decidió abandonar la Carrera de Economía y anotarse en Bellas Artes. Ya está cursando su segundo cuatrimestre. Dejó de lacerarse el cuerpo. Sus ataques de pánico fueron distanciándose con el tiempo hasta desaparecer. Con sus padres aún no logró tener un vínculo más fluido. Los secretos y ocultamientos y la incomunicación familiar continúan. Su madre volvió a irse a vivir al exterior. Ana tuvo la posibilidad de quedarse en la casa de su padre, pero decidió buscar un lugar dónde vivir sola por primera vez. Para mantenerse, consiguió un trabajo en una tienda de ropa. Aún le cuestan las relaciones con otros; casi no tiene amigos.
De a poco, muy de a poco, Ana asoma a la vida como la flor de su antídoto naranja y amarillo.
Notas
1 Es el primer año que se cursa en la Universidad de Buenos Aires.
2 Facultad, universidad.
3 Persona que quiere aparentar un estatus o algo que no posee o tiene.
* Licenciado en Psicología (UBA). Profesor de sordos (INSPEE). Arteterapeuta (Primera Escuela Argentina de Arteterapia). Docente en la Primera Escuela Argentina de Arteterapia.