La subjetividad en arteterapia: convergencias y desencuentros
Introducción
“Cada palabra dice lo que dice
y además más y otra cosa”.
Alejandra Pizarnik
Si bien la categoría de “sujeto” ha sido estudiada desde distintas áreas del conocimiento, nos centraremos en aquellos enfoques que consideramos pertinentes y útiles para el arteterapia, en especial en el vínculo paciente-terapeuta. Entendemos la subjetividad como una construcción en movimiento: la convergencia dada entre imágenes, la memoria, los afectos y las acciones. A través del proceso de autoconocimiento, descubrimos que hay diversas facetas que se despliegan y reorganizan en el entramado subjetivo; algunas pueden estar más desarrolladas que otras o permanecer bloqueadas durante mucho tiempo. Por este motivo, nos preguntamos qué funciones cumple la subjetividad en nuestra disciplina.
La presente investigación forma parte de un proyecto de extensión de la cátedra de Arteterapia, correspondiente a la carrera de Arteterapia del Centro de Estudios Interdisciplinarios para el Aprendizaje y la Comunicación (Buenos Aires, Argentina),[1] y reúne cinco experiencias pedagógicas y clínicas dentro y fuera de dicha institución. En cada apartado, los respectivos autores recortan una dimensión de la subjetividad, siempre en relación con el resto de los subtítulos. Como grupo de estudio, nuestra tarea diaria con cada uno de los pacientes reside en lograr un efecto reflejo de intermitencias, intersecciones, aperturas, cierres y resignificaciones, con el fin de conocer sus verdades y deseos. Buscamos enlazar el mundo interno de los pacientes con la creatividad, para estimular la manifestación de una faceta personal y de esta faceta a otra, y luego a otra… y así sucesivamente, para encauzar el camino a la cura.
1. “Two plus one”
Por Victoria Alcala
Entrar en un proceso arteterapéutico supone animarse a crear, lo que implica de manera obligada abordar, cuestionar y/o subvertir las relaciones dadas entre “sostén” y “soltura”, para dar cauce a nuevas formas de expresión. Investigamos tales conceptos con un grupo mixto de alumnos de entre 18 y 40 años. A partir de la experiencia corporal, trabajamos la figura del garabato en distintos aspectos: el trazo sobre la hoja antes o después de bailar, con ojos abiertos o cerrados, con la mano habitual o con la contraria, etc. El garabato como rebus permitió deconstruir las formas estereotipadas, bucear en un lenguaje preverbal y desde allí elaborar lo singular en cada uno. Sumamos también un juego con un pañuelo, para bailar con él de distintas formas.
Asociamos las actividades tanto con las teorías del apego como con las del self, en especial con la función de sostén (holding), definidas por Winnicott (2013). Así como el abrazo, la contención y el cuidado permiten el desarrollo emocional seguro del Yo (Bion, citado en Benito, 2006) desde la infancia, un espacio terapéutico para jóvenes y adultos invita a un proceso confortable y resguardado. Estableciendo una analogía entre soltar y sostener, es tarea del arteterapeuta dar rienda suelta a la imaginación del paciente y actuar como testigo-guía. Como contrapartida, es el paciente quien observa y toma conciencia respecto de cómo es su vínculo con los objetos y con los otros, para ganar en forma paulatina libertad, confianza y autorregulación. Por medio del vínculo, se espera que logre internalizar la tolerancia a la angustia y a la frustración, entre otros vaivenes emocionales, como modos de fortalecimiento yoico.
Durante las prácticas observé el cambio de actitud grupal y anoté: “Se pueden identificar los itinerarios recurrentes en ser sostén y catalizador, el cambio es evidente cuando se desapegan de un patrón psíquico conocido para aparecer con otro rostro”. Tal aparecimiento es lo que Winnicott (2013) identifica como verdadero self: solo a través de la creación, el sujeto auténtico puede sentirse/percibirse real. Para el grupo, el significante “soltar” cambió: en un principio había implicado abandonar o evadir, luego significó entregarse al azar y/o mantener la incertidumbre. Este gesto de desatar permitió, paradójicamente, sostener, o sea, “sujetar”, en el sentido de “ser sujeto”.
Soltar fue también reconfigurar la especularidad, ya que, gracias a la pulsión creadora el trabajo yo/otro, habilita un tipo de (des)apego diferente a través de nuevas combinaciones expresivas y vinculares. Lo mismo sucedió con “sostener”, que en el inicio del taller había sido resolver las consignas con rapidez. Luego, fue experimentar y jugar… hasta improvisar durante más de 20 minutos.
Sonaba en clase la canción de Gustavo Santaolalla titulada “Two plus one” (dos más uno). Allí advertí que más que sostener/soltar como un binarismo irreductible, se trata de la terceridad: “soltar” y “sostener” necesitan de un “transitar”. Sin dudas, un proceso arteterapéutico es, primero, ir hacia adentro, un empuje, un tender-a-la-cura, que es, finalmente, el efecto de un sujeto en constante busca de sí mismo. Segundo, se trata de recuperar o reeducar un apego vivido, de forma tal que “sostener” y “soltar” no sean figuras fantasmáticas, sino una auténtica tierra de asilo (Klein, 2006) en la construcción de vínculos más saludables con uno y con los demás.
2. La mirada
Por Ludmila Somma[2]
“¿Qué ves cuando me ves?”, canta con la gran potencia de su voz Ricardo Mollo, líder de la banda referente Divididos, y así planta una semilla para hacernos grandes preguntas: ¿cómo me ves? ¿Cómo creo que me ves? ¿Qué ves en mí? ¿Me ves como creo que me ves? Estos interrogantes abren un espacio al cuestionamiento de las creencias del sujeto en relación con la percepción de sí mismo hacia el otro y de un otro respecto de sí mismo.
La frase poética de Mollo plantea la dialéctica con que nos enfrenta a la incertidumbre y pone de manifiesto la importancia de los tipos de miradas con las que convivimos a diario. También, las construcciones de aquellas que son internas (con ellas vemos el mundo y creemos ser vistos por los otros). Juicio, crítica, contención, miedo, juego, amor e inseguridad, son algunas de las temáticas que aparecen en sesión a partir de este tema. Por fortuna, entre todas estas preguntas habita la posibilidad de transitar un soltar, desarmar y desandar esas miradas que priorizan el “ser libremente” y elegir aquellas que nutren y acompañan. Por estas razones, propusimos actividades en dúos, en las cuales uno de los participantes funcionaba de manera simbólica como “espejo”, es decir que imitaba los movimientos del otro para poner en evidencia la temática visual. Asimismo, el participante que jugaba de “espejo”, en forma inevitable representaba al otro (empapado de su propia subjetividad, siendo esta una copia de la realidad, más o menos desvirtuada).
Durante la actividad propusimos el cambio de roles: ser reflejado/reflejar, hasta el punto en que el binomio yo-yo/yo-no yo quedaba diluido en un fluir en sintonía. El juego funcionaba casi como la cinta de Moebius y, en la mayoría de los casos, resultaba placentero. Como analogía, pensábamos en que cuando el bebé refleja la sonrisa de su madre, contemplada y reparada en su mirada, anida un elemento esencial en este punto de inflexión teórica: la evidencia del investimento libidinal, desde el que lo mira mirarse hacia al júbilo del niño ante el espejo. Retomando a Lacan: “La libido es la condición misma de la identificación simbólica” (Lacan, citado en Casas de Pereda, 2001, pág. 7).
Gracias a la creación, el sujeto atenúa el displacer primero y convoca al Yo a su estado anímico actual, evidenciando lo que la represión sepultó de manera incompleta.
Continúa Mollo cantando: “cuando la mentira es la verdad”. Entonces, nos preguntamos si la identificación con quien nos mira es tal cual es o se trata de un supuesto. ¿Cómo no quedar impregnados exclusivamente por su mirada? ¿Qué pasa con el descubrimiento de los supuestos frente a la mirada del otro? Retomemos a Platón: el filósofo griego fundamenta su teoría del conocimiento por medio del mito de la caverna. A la pregunta ¿qué ves cuando me ves?, él respondería que lo único que vemos son sombras, proyecciones, apariencias. Si solo nos quedamos con el reflejo del espejo (las sombras y/o la mirada del otro), la mentira sería la verdad. Es decir, cuando me reflejo en el otro su mirada me condiciona, pero solo es una proyección parcial y aparente. Continuando con el mito de Platón, el hombre debe salir al exterior para ver de modo directo, con sus propios ojos, el sí mismo, las cosas y las personas que antes experimentaba como reflejos. En ese momento de descubrimiento, cuando las apariencias caen (el hombre sale de la caverna), se revela la verdad tal cual es, sin juicios, y el sujeto experimenta la conciencia de los datos reales sobre su identidad. En sesión esto se presenta como un darse cuenta, un momento de anagnórisis. El paciente se hace cargo de la multiplicidad de miradas y resignifica la propia, a la vez que el rol de la mirada del terapeuta muta de ser “espejo” a ser una “puerta” hacia nuevas oportunidades. Entonces, la mirada, por último, abre otras posibilidades. Para el proceso subjetivo, finalmente, lo importante es pasar del “¿qué ves cuando me ves?” a un “¿qué veo cuando me veo y cuando soy visto?”.
3. Para nacer he nacido[3]
Por Guillermina Torres
Si hablamos de la subjetividad como una construcción, inevitablemente tenemos que hablar de movimiento. ¿Qué es el movimiento sino la propia naturaleza de las cosas, los seres vivos, la materia? En definitiva, es lo que existe con sus vaivenes. Si bien el movimiento es innato, también podemos encontrar topes en todo proceso constructivo. Es decir, una terapia no tiene garantizado un progreso en términos evolutivos; no siempre, ni necesariamente, la dirección es hacia adelante y fluida. Frente a cada propuesta se presentan identidades particulares, con un engranaje de historias, huellas, relatos y experiencias. Por tal motivo yace lo incierto de lo subjetivo, un no control del proceso que cada uno quiera-pueda-sea-capaz de atravesar. Hablamos de una construcción que, en el mejor de los casos, puede darse de manera armoniosa, espiralada y constante. Sin embargo, una pausa es necesaria: la quietud puede sorprender, y un retroceso, frustrar. Hasta los no-movimientos toman lugar en este tránsito de cura.
¿Qué pasa entonces cuando en un proceso arteterapéutico aparece un “techo”? ¿Y si en algún momento puntual se detecta un retroceso? Con los estudiantes de primer año de CEIAC experimentamos la posibilidad de pausar la creación y decir “no”. Por ejemplo, recuerdo cuando frente a una consigna plástica, una de las alumnas se negó a realizarla porque no salía como esperaba. En otra ocasión, otra participante, frente a una actividad de contacto visual, se preguntó: “¿estoy por morir o nacer?”. Ambas situaciones expresan los momentos de crisis o de transición en un proceso y es allí donde el paciente elabora o se enfrenta con la decisión de qué rumbo tomar. Aquellos que desde la libertad pueden encauzar el sentido, logran construir un nuevo estar. Se trata de atravesar lo misterioso de lo incierto, dar lugar a lo inesperado, incluso si es disruptivo o atemorizante. De esta manera, se abre una oportunidad para volver a nacer.
Encontramos un paralelismo entre las cuatro fases que acompañan la fisiología del trabajo de parto (Cunningham, 2002), con las cuatro fases del proceso creador desarrolladas por Fiorini (2006). La primera de ellas, “preliminar/de exploraciones”, es aquella en la que hay una falta de respuesta de lo contráctil, es decir, un preaviso de un cambio donde se desarman los objetos dados y se instala un caos creador. La segunda fase, “preparatoria/de transformaciones”, es cuando el útero madura, preparando un nuevo canal, así como en el proceso creador se abre la posibilidad de producir nuevas formas. La tercera etapa en donde se da el proceso propio de trabajo de parto, es llamada por Fiorini (2006) “culminación”, como finalización de la etapa de búsqueda. Allí se da a luz: la última fase, que denominamos “de recuperación” o “de separación”, que implica la sana distancia con el nuevo-ser/obra-producción para la construcción de la propia subjetividad. Finalmente, lo incómodo como resistencia es posibilidad y puerta de una nueva construcción. Así de paradójica y poderosa es la posibilidad de cura del arteterapia en la transformación de la experiencia.
4. La naturaleza primaria del arteterapia
Por Roberto Quiñonez
Para comprender el arteterapia como una disciplina plena de investigación, implementaré varios conceptos, como el de imago y su analogía con la mosca, desde un enfoque psicoanalítico. El aparato psíquico establece dos polos, consciente e inconsciente (ver Cuadro 1), que producen en el sujeto dos movimientos. El primero se establece entre el Yo, lo reprimido, su representación y los afectos que permanecen desligados en el polo inconsciente. En el segundo circuito, el Yo liga el afecto flotante con la producción de imágenes que luchan contra su represión, y al lograrlo, crea la obra de arte. Tanto la representación inconsciente como la producción de una obra resultan ser fundacionales. La creación es el resultado de ligar los afectos con lo reprimido y, por ende, puede ser metaforizado.
Debido a que la obra es una simbolización, la llamo imago desde una de sus acepciones: como el último estadio del desarrollo de un insecto y el único durante el cual es sexualmente maduro. Desde el banco de una plaza observo los movimientos de una mosca que en su aventura viaja desde la basura hacia donde se repliegan los niños. Surgen así varias cuestiones, que transcribo de mis notas: “La mierda en abono. La obra en sí devuelve el afecto de la representación reprimida, materializándolo en nuevas formas de significado”. Al observar el recorrido de la mosca, que parte desde algún desecho hacia otro punto incierto, establezco una analogía con el proceso subjetivo, en donde el sujeto modifica su estado a partir de un objeto transformado.
Se observa en el Cuadro 1 cómo la representación se traduce en imago y a su vez, se ve su origen (lo reprimido). Desde la metáfora, el Yo tramita la producción “engañando” al inconsciente, que sin saber qué dibuja revela un “eureka” emocional. Gracias a la creación, el sujeto atenúa el displacer primero y convoca al Yo a su estado anímico actual, evidenciando lo que la represión sepultó de manera incompleta.
La búsqueda es implacable: se trata de un retorno a la angustia original para superarla, transformándola. Allí, el arteterapia encuentra,[4] y como tal, se despliega a partir de su naturaleza primaria. Los arteterapeutas somos observadores de lo reprimido, alentando la metáfora para convertirnos en expertos en ella y para ella. No cabe duda de que en nuestra labor debemos contemplar dónde reposa la mosca y hacia dónde se dirige.
5. Los límites en el proceso creador
Por Nayla Addolorato
¿Cómo intervienen los límites en el proceso creador? Propongo mirar dicho proceso desde la analogía de un río. Toda creación, así como todo río, tiene un sentido, es decir, la orientación a lo largo de su trayectoria. El arte resulta terapéutico porque su sentido es cíclico: su desembocadura (esto es, la culminación de la obra artística) está ligada con el origen del río (o sea, las imágenes, las representaciones primarias, los afectos y deseos). Lo que había quedado obstruido o reprimido inconscientemente, puede darse a conocer dentro de la creación artística y se expresa mediante representaciones simbólicas. El río puede encontrar su movimiento a través de la corriente, que es la fuerza expresiva de la creación misma. Encuentra su forma por medio del cauce: el canal que determina el espacio que contiene el río, es decir, sus límites.
Por otra parte, el concepto de “límite” proviene del latín e implica “borde” o “extremo” (RAE, 2019). ¿Qué es la forma sino los límites que la contienen? Es condición de un borde establecer dos campos: el de adentro y el de afuera. El límite determina la forma de vincularnos con otros y con la obra artística. Se trata de saber en qué lugar nos encontramos, saber qué nos separa, dónde terminamos y dónde empieza el otro. Los límites en el hacer artístico son muy importantes porque se transforman en contención para que la expresión no sea meramente catártica, como un río que se desborda, sino que tenga una dirección, un cauce que transforme los límites en los apoyos para seguir creando.
El participante trae sus propias limitaciones; la obra artística también tiene límites: el lenguaje artístico que se utiliza, sus técnicas y la propia materialidad de los recursos. El arteterapeuta, siendo otro que interviene en el vínculo entre el paciente y la obra, proporciona un encuadre como límite, también.
Siempre que haya creación, habrá caos porque se produce una fusión entre el objeto y el afecto, es decir, entre la obra artística y el mundo interno de la persona que la realiza. Tanto el arteterapeuta como el grupo son un espejo del paciente, su mirada limita y proyecta, a su vez que permite la separación del artista con su obra. Por eso la otredad se transforma en cauce, permitiendo un entrar y salir del mismo, el boleto de ida y vuelta de adentro hacia afuera. La mirada determina los bordes. Podemos afirmar entonces que la presencia de una otredad permite una dirección clara y un enfoque en las posibilidades. El sentido va y viene de lo individual a lo grupal, del yo- al no-yo, en la construcción del sujeto creador. Encontrarse con las propias limitaciones y límites externos puede ser la desembocadura de un gran río que se abre a nuevos caminos, que se volverán nuevos apoyos.
Breve conclusión
A partir de las experiencias elaboradas coincidimos en aseverar que el proceso creador se da en un espacio intersubjetivo, cuyo vínculo actúa como brújula para la transferencia. Como afirma Klein (2006), el terapeuta ofrece propuestas para que el paciente vaya haciendo su proceso de transformación dentro de las creaciones y se construya como “el héroe mítico de su propio destino” (pág. 75). Sostén y límites flexibles, transiciones y modos múltiples de ver, retorno y angustia, convergencias y desencuentros son algunas de las temáticas relativas a la subjetividad como experiencia. Por último, consideramos que tales aspectos conforman una dirección rizomática de reminiscencias, en un proceso de autopercepción que el paciente, gracias a la presencia de los otros como diferencia, toma (o no) para hacer su propio recorrido simbólico.
Bibliografía
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Buchbinder, M. y Matoso, E. (2013). Mapas del cuerpo. Buenos Aires: Editorial Letra Viva.
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Carabelli, E. (2013). Entrenamiento en Gestalt. Buenos Aires: Del nuevo extremo.
Cunningham, G. et al. (2002). Williams Obstetricia: Editorial Médica.
Fiorini, H. (2006). El psiquismo creador. Buenos Aires: Nueva Visión.
Klein, J. P. (2006). Arteterapia: una introducción. Barcelona: Octaedro.
Lacan, J. (1956). El Seminario 4, La relación de objeto. Texto establecido por Jacques-Alain Miller. Buenos Aires: Paidós.
Pizarnik, A. (2019), “La palabra que sana”, Poesía en Español. Recuperado de https://www.poesi.as/apz71013.htm. Consultado el 30/9/2019.
Real Academia Española (RAE) (2019). “Límite”, Diccionario de la lengua española. Recuperado de https://dle.rae.es/?id=NKZgeLY. Consultado el 30/9/2019.
Rud, C. (2007). Entre metáforas y caos. Buenos Aires: Nueva generación.
Saussure, F. (1945). Curso de lingüística general. Buenos Aires: Losada.
Schlemenson, S. (1998). El aprendizaje: un encuentro de Sentidos. Buenos Aires: Kapelusz.
Winnicott, D. (2013). Realidad y juego. Barcelona: Gedisa.
[1] El equipo coordinado por la Licenciada Victoria Alcala está conformado por cuatro arteterapeutas egresados de la misma institución: Ludmila Somma, Guillermina Torres, Roberto Quiñonez y Nayla Addolorato. Como colaboradores de la cátedra, asisten a la institución y articulan su trabajo profesional dentro y fuera de ella, con el fin de aportar a nuevos enfoques para el crecimiento de nuestra disciplina.
[2] El uso de un lenguaje que no sea sexista ni discriminatorio es una de las preocupaciones de quienes concibieron este material. Sin embargo, y con el fin de evitar la sobrecarga gráfica que supondría utilizar en español “o/a” para marcar la existencia de ambos sexos, hemos optado por usar el masculino genérico clásico, en el entendido de que todas las menciones en tal género representan siempre a varones y mujeres.
[3] Referencia al libro de Pablo Neruda que lleva ese título.
[4] Parafraseo y retomo la frase de Picasso, quien dice “no busco, encuentro”, utilizada luego por Lacan para explicar el método psicoanalítico.
a Licenciada y Doctoranda en Letras (UCA-CONICET-CILA). Docente en Arteterapia (CEIAC). Instructora en Arteterapia (ISSO-UBA-IASE). Formación en DMT (IASE). Estudiante en PSA (Centro Oro).
b Arteterapeuta (CEIAC). Artista (audiovisual, videoarte, fotografía, artes plásticas, artes visuales). Colaboradora de cátedra (CEIAC).
c Psicopedagoga (Instituto “Pedro Poveda”). Arteterapeuta y colaboradora de cátedra (CEIAC). Capacitadora docente en Aprendizaje Basado en Proyectos (Red de Escuelas). Arteterapeuta (Hogar “Familias de Esperanza”).
d Arteterapeuta (CEIAC, Fundación “Paso a Paso”). Docente en Arteterapia y colaborador de cátedra (CEIAC). Artista plástico. Estudiante de Psicología (Universidad Argentina John F. Kennedy).
e Arteterapeuta y colaboradora de cátedra (CEIAC). Formación en Danza Movimiento Terapia (María Fux). Profesora en lenguajes artísticos, nivel primario (ICVL).
Cómo citar este artículo:
Alcala, V. et al. (2020). La subjetividad en arteterapia: convergencias y desencuentros. Arteterapia. Proceso Creativo y Transformación, 7 (5-9). Recuperado de: https://arteterapiarevista.ar/la-subjetividad-en-arteterapia-convergencias-y-desencuentros/