Terapia a través del arte en una comunidad infantil
Este libro fue escrito por Edith Kramer, pintora y precursora del arteterapia con orientación psicoanalítica en Estados Unidos. Kramer nació en Viena en 1916. Desde los 13 años realizó estudios de dibujo, escultura y pintura con diversos artistas de la Bauhaus, como Friedl Dicker-Brandeis y Johannes Itten. Es autora de este libro y de El arte como terapia, ambos de lectura recomendada para los arteterapeutas que comienzan a dar sus primeros pasos en la profesión.
En las primeras páginas del libro, Kramer reconoce que cuando comenzó a trabajar con niños de la Escuela Wiltwyck en 1950, la terapia a través del arte era un terreno sin explorar y, excepto por el trabajo pionero de Margaret Naumburg, no existía bibliografía al respecto.[1]
El arte es, para la autora, un método para ampliar el alcance de las experiencias humanas mediante la creación de equivalentes a ellas. Los trabajos artísticos tienen lugar en un mundo artificial de símbolos y convenciones, de modo que las experiencias pueden ser elegidas, variadas y repetidas a voluntad. Y el rasgo más característico del arte es que produce placer, derivado esencialmente de fuentes inconscientes.
Para Kramer, la sublimación que está presente en el arte es un importante mecanismo por el cual un primitivo impulso antisocial es transformado en un acto socialmente productivo. En palabras de la autora: “hay sublimación cada vez que la conducta instintiva es reemplazada por un acto social, de tal manera que ese cambio se experimenta como un triunfo del yo”, y esto se logra sin despertar ansiedad en el mundo interno ni hostilidad en el mundo exterior. Este mecanismo es tan importante para Kramer que afirma que los niños que han sido privados de las experiencias que conducen a la sublimación tienen trastornos dolorosos y parecidos a aquellos que resultan de las frustraciones de las satisfacciones instintivas.
Kramer afirma que la mayoría de las personas son artistas en algún grado y que el período comprendido entre los 6 y los 12 años es en especial apropiado para la expresión estética con instrumentos como la arcilla y la pintura. También es una etapa en la que los mecanismos de defensa y la represión no están firmemente establecidos y el principio de realidad no impera sobre el principio del placer.
El programa de terapia a través del arte desarrollado por la artista en la escuela mencionada contemplaba el trabajo con cada niño en particular y con la comunidad en su conjunto. Luego de las horas de escuela, los niños podían optar por varias actividades, entre las que se encontraba el arte. Como la creación artística es para Kramer una experiencia privada y un hecho público, las sesiones de arte se realizaban en grupos de entre seis y diez niños. El material de arte estaba compuesto por papel de todos los tamaños, incluido un rollo de papel madera que permitía pintar murales de gran tamaño, lápices y anotadores. Los trabajos terminados eran guardados en el aula de arte en carpetas individuales, y los niños tenían la libertad de llevárselos, regalarlos o destruirlos.
La función del terapeuta consiste, para la autora, en evitar que se desarrollen los conflictos intergrupales, la intolerancia, la sobrevaloración de las modas y el consiguiente empobrecimiento del arte. Asimismo, destaca el afectuoso cuidado con el que el terapeuta debe exponer, colgar y preservar las pinturas, lo que demuestra a los niños que sus trabajos son valiosos. Con esta actitud, el terapeuta debe aceptar cualquier pintura que represente un gesto genuino del niño, aunque sea primitivo. El límite lo constituyen las producciones en las que de manera consciente se exterioriza el desprecio, la regresión o las realizadas para dañar o ridiculizar a otro.
El arte es, para la autora, un método para ampliar el alcance de las experiencias humanas mediante la creación de equivalentes a ellas. Y el rasgo más característico del arte es que produce placer, derivado esencialmente de fuentes inconscientes.
Kramer sostiene que la exposición de las pinturas puede ser terapéuticamente significativa y que en el programa se hacía lo posible para satisfacer los deseos de los niños respecto de la elección de sus pinturas, el tiempo que iban a estar expuestas, su ubicación y su agrupamiento. De esta manera, la autoestima de los niños podía ser acrecentada por la exhibición pública de su labor.
En uno de los capítulos, la autora ilustra con ejemplos la constelación que se establece entre los niños, de manera que en un momento pueden coexistir varias tendencias o escuelas pictóricas, como sucede con el arte en general. Un caso ilustra hasta qué punto el éxito del niño artista depende de las semejanzas que haya entre su estructura de personalidad y la de su público, mientras que otro caso muestra el trabajo de un niño que es rechazado por elegir un tema que toca los prejuicios del grupo.
De la misma forma, en el capítulo titulado “Reyes, presidiarios y monstruos” analiza obras de niños en las que se reflejan emociones relacionadas con la autoestima, la delincuencia y la ansiedad. También analiza y ejemplifica con casos el proceso de aprendizaje implicado en la terapia a través del arte, lo que la lleva a analizar conceptos como el éxito y el crecimiento, la percepción y la aptitud, las aspiraciones y la aceptación de sí, la continuidad y el desarrollo.
Como la vida en la Escuela Wiltwyck se caracterizaba por una agresión ubicua e indiferenciada, la autora estudia en detalle, y con abundantes ejemplos, la posibilidad que proporciona el arte para canalizar la conducta agresiva. Al finalizar este capítulo, expresa que el tema o el contenido emocional de la pintura no sirven por sí solos como criterio de evaluación y que la situación integral del niño determinará el significado de cada pintura. Destaca también que el estado anímico del niño durante las sesiones, su aproximación al material y la calidad formal de la obra son elementos a tener en cuenta. En cuanto al estado anímico, distingue entre el regocijo que acompaña al acto creador, la hostilidad de una regresión y el nerviosismo que suele seguir a un avance contra una resistencia interna.
En síntesis, este libro que se encuentra firmemente encuadrado en la teoría psicoanalítica, describe en sus páginas los pasos graduales que dan los niños por medio del arte para alcanzar un saludable desarrollo y consolidación yoicos. Concluimos con las palabras plasmadas por la autora en el prefacio: “La gran receptividad para las artes por parte de los niños y preadolescentes como los que pintaban en Wiltwyck sigue intacta. La necesidad de programas de terapia a través del arte es tan urgente hoy como lo era en 1958”.
Terapia a través del arte en una comunidad infantil
Edith Kramer
Buenos Aires: Kapelusz, 1982
Cantidad de páginas: 174
ISBN: 950-13-6857-2
[1] La Escuela Wiltwyck es un hogar terapéutico, interracial y no confesional, para niños con perturbaciones de entre 8 y 13 años de Nueva York y sus suburbios. Son derivados allí por jueces de menores e instituciones u hogares sustitutos a los que no se adaptan.
Cómo citar este artículo:
Terapia a través del arte en una comunidad infantil (2019). Arteterapia. Proceso Creativo y Transformación, 5. Recuperado de: https://arteterapiarevista.ar/terapia-a-traves-del-arte-en-una-comunidad-infantil/