“El acontecer de lo simbólico” Experiencia de trabajo virtual desde el arteterapia con paciente adulta

Paula Alvarez [1]

En este artículo se presenta la experiencia de acompañamiento de una mujer de 65 años, en sesiones individuales de frecuencia quincenal. Mediante propuestas desde el arteterapia, Mirta, que durante el período de confinamiento por COVID-19 vio significativamente reducidas sus posibilidades vitales y de socialización, tuvo posibilidad de simbolización, de externalización del material psíquico y de juego, vitales para su salud psicofísica.

 

 

Resumen

En este artículo se presenta la experiencia de acompañamiento a través del Arteterapia de una mujer adulta de 65 años, en sesiones individuales de frecuencia quincenal. Con Mirta trabajamos desde septiembre de 2019 hasta julio de 2021 y fue durante la atención virtual, durante de pandemia de 2020, que acontece la experiencia que presento en este trabajo. A partir de esta experiencia Mirta tiene, yo diría que tal vez por primera vez de manera tan clara y consciente para ella, el hallazgo/descubrimiento de su mundo simbólico interno, su propio mundo simbólico, experiencia que, hasta ese momento, ella consideraba solo posible para otros. Como presento en este trabajo, a través de propuestas desde el Arteterapia, Mirta que durante el período de confinamiento tuvo significativamente reducidas sus posibilidades vitales y de socialización, tuvo posibilidad de simbolización, de externalización del material psíquico y de juego, vitales para su salud psicofísica.

Palabras clavearteterapia, virtualidad, creatividad, juego, salud psicofísica.

Introducción

Empecé a trabajar con Mirta en septiembre de 2019 en forma presencial y continué de manera virtual a partir de la pandemia de marzo de 2020, hasta mayo de 2022.

Mirta llegó a la consulta preocupada por su sobrepeso, que asociaba a un estado de desgano y falta de voluntad que le impedía sostener una dieta y/o tomar medidas para cuidar su salud. Por otro lado, a medida que fuimos avanzando en el trabajo, se manifestaron malestares físicos que la aquejaban periódicamente pero que no había traído como inquietud en la entrevista inicial.

Los malestares más frecuentes que empezaron a aparecer fueron: hipersensibilidad de la piel, que por lo general se manifestaba como irritación, picazón e inflamación de la zona vaginal, pero a veces también como sarpullido en otras áreas del cuerpo, como brazos o pecho; también aparecían dolores articulares o musculares, en particular en alguna de las rodillas o en la pierna completa.

Después de algunas sesiones comencé a percibir que Mirta vivía, como explica Simmel (2015) en su análisis de las sociedades modernas urbanizadas, en un importante estado de indolencia,[2] en un transcurrir en la vida con sus sentidos y sentires profundamente anestesiados, en una forma de básica “supervivencia”.

Sin embargo, y por fortuna, cada tanto su cuerpo (considerando “cuerpo” como una unidad bio-psico-sociocultural e histórica, como nos explica Raquel Guido, [2009]) grita, llama, explota, desordena… pide. Pide sentir. Y ahí aparece el dolor/malestar físico y el peregrinar de un médico a otro buscando alguien que atienda ese sentir.

A partir de esta observación, empecé, ya muy desde el comienzo, a enfocar el trabajo terapéutico (además de acompañar su proceso a través de la terapia floral[3]) como una invitación a “despertar”: despertar interés por la vida, despertar la percepción, los sentidos, los sentimientos, el sentir, tanto mediante abordajes corporales, desde la danza movimiento terapia (DMT), como simbólicos, desde el arteterapia.

 

 

Mirta llegó a la consulta preocupada por su sobrepeso, que asociaba a un estado de desgano y falta de voluntad. Por otro lado, a medida que fuimos avanzando en el trabajo, se manifestaron malestares físicos que la aquejaban periódicamente.

 

 

Desarrollo

Es septiembre de 2020, en nuestra 22a sesión, compartiendo viaje en los recorridos del alma, aún en tiempos de pandemia, y si bien Mirta manifestó sentirse mejor en varios aspectos de la vida, algunas propuestas del espacio, sobre todo las más simbólicas, eran todavía bastante resistidas. Como nos explica Tampini (2017: 93):

“La modernidad, fundada sobre una fe ciega en la razón, hace de la mirada clasificadora el sentido soberano. Es tamos ante un régimen de lo sensible en que el sujeto no se ubica fácilmente en una posición de no saber sino que, por el contrario, usa los sentidos de modo tal que respondan a los requerimientos de la razón”.

Este marco teórico me ayuda a entender por qué Mirta, anclada en su estado de indolencia, parece creer que la vida se trata solo de la “realidad consciente”, de aquello que la “razón” o racionalidad pretende entender, comprender, analizar, desarmar, escrutar, reducir, atrapar, explicar.

Es por ello que en los encuentros con frecuencia trabajamos en aspectos prácticos de su vida, tales como: resolver dificultades cotidianas, organizar rutinas y/o acompañar alguna posibilidad de alivio a los dolores o malestares físicos que muchas veces se presentaban. Luego, con la paciencia de la hormiga que prepara laboriosamente el aprovisionamiento del hormiguero para el invierno, atendíamos el anclaje simbólico del trabajo, aquello que no tiene que ver con lo “práctico o útil” del racional moderno y sin embargo es esencial para la vida humana.

De esta manera, a lo largo de la sesión, luego de atender estos temas le proponía el momento de arteterapia/trabajo corporal de la siguiente manera: “Mirta,

¿jugamos un ratito?”. A lo que generalmente respondía: “Bueno, vos sabés que soy bastante reacia a estas cosas, pero dale…”, y se alistaba a la tarea con la mejor disposición con que contaba en ese momento, ese día, en ese tiempo.

Mirta no escondía su incomodidad y algo de fastidio por los recorridos simbólicos, y yo valoraba su sinceridad; es fundamental en el delicado cuidado transferencial. La solidez del vínculo que hemos logrado le dio esta confianza que la habilita, por un lado, a poder expresar su malestar sabiendo que su espacio de acompañamiento no peligra al decirlo, y por otro, a bucear un poco en estas propuestas que van generando “musculatura a esa pierna que quiere dejarse ‘embarrar’ un poco en esos mundos”, en esas dimensiones que el alma humana tanto anhela.

“¿Como te sentís? ¿Como estás?”, solía preguntarle al cierre de cada encuentro. “Este espacio me cuesta… te digo la verdad”, me solía responder. “¿Cómo te sentís después de hacer estas cosas raras?”. “Siento que acá puedo hablar cosas que no hablo con nadie…”, me decía, en general. Y eso era un montón.

Un día descubrí que a Mirta le gustaba mucho usar objetos accesorios a la vestimenta, en realidad, prácticamente todo elemento aloplástico de estética personal, pero en particular los aros.

“¿Qué accesorios te gustan?”, le pregunté en aquella oportunidad. “En una época usaba mucho anteojos de sol, tengo montones, pero a partir de que tuve que usar lentes con aumento ya no usé más […]. Tengo 70 chalinas (un día las conté porque una señora me preguntó), las uso mucho porque el cuello es en el único lugar del cuerpo donde a veces puedo sentir frío. Si veo alguna que me gusta, me la compro. También me gustan los collares, el maquillaje… y en especial los aros. Siempre tengo que tener un par de aros en la cartera porque si llego a salir sin ellos me siento desnuda […]. Antes me los cambiaba cada día, según la ropa que tenía puesta, pero hora siempre uso los mismos, es más práctico…”, me compartió.

Este hallazgo me inspiró para que en las sesiones siguientes continuáramos indagando en este aspecto suyo que hasta ese momento no había aparecido. Por esto decidí trabajar desde el arteterapia con estos elementos, y así comencé una serie de intervenciones en las que utilizamos particularmente sus aros desde distintas propuestas simbólicas y lúdicas.

 


Registro fotográfico de dos de las intervenciones

 

Los intercambios que se fueron sucediendo a partir de este hallazgo habilitaron a que, a pesar de su desgano en muchas cosas, Mirta retomara su interés por los elementos aloplásticos, sobre todo por sus aros.

Así, en la sesión siguiente, tiempo “record” para el ritmo en que veníamos trabajando, me contó que el sábado anterior los había estado ordenando y que había decidido “reciclarlos”. Los había ordenado en una cajita con divisiones “para tenerlos bien a la vista” y empezar a variar en su uso en el cotidiano: “Los reorganicé y acomodé todos en una cajita con separaciones, ¡recordé aros que ya ni me acordaba que tenía!”, me dijo. Este entusiasmo por volver a combinar aros con vestimenta duró solo un par de semanas, pero los aros comenzaron a tener de nuevo protagonismo en su vida, así como otros objetos aloplásticos.

 

Después de algunas sesiones comencé a percibir que Mirta vivía en un importante estado de indolencia, en un transcurrir en la vida con sus sentidos y sentires profundamente anestesiados, en una forma de básica “supervivencia”.

 

Así, por ejemplo, en sesiones siguientes me contó que en una feria había visto un collar grande, llamativo, y había decidido comprárselo aunque “no sabía en qué momento lo iba a usar porque no era un collar para todos los días”. Todos estos movimientos fueron muy importantes, ya que comenzaron a despertar algo de tanta vitalidad dormida (agravada o complejizada por el confinamiento durante la pandemia).

Ya era febrero de 2021 y, después de varias intervenciones con esta temática, al comenzar la sesión le pedí una vez más que trajera algunos de sus aros. Ella trajo, orgullosa, su caja con los aros “organizados y clasificados”. Como caldeamiento, le propuse que empezáramos con masajes de cara y cabeza con las yemas de los dedos. “Este no es difícil”, me dijo, y nos reímos. Este ejercicio lo hemos hecho varias veces pero esta vez observé que estaba pudiendo profundizar más en el contacto y registro de sí. “¿Cómo estás?”, le pregunté al cerrar el trabajo de caldeamiento. “Me relajé”, me respondió, y pude observar que su expresión estaba notoriamente más distendida.

A continuación le propuse que eligiera un par de aros; para ello le pedí que contemplara por un momento la caja. Después le pedí que seleccionara cuatro o cinco pares. “Cuatro o cinco que te llamen”, le dije. Mirta eligió cuatro y entonces le pedí que cortara cuatro cuadrados de papel de 5 x 5 cm (aproximadamente)[4].

Una vez que tuvo sus papeles preparados le propuse que ubicara espacialmente un papel para cada par de aros y se detuviera un momento, par por par, para escribir una palabra que tuviera que ver con el “espíritu del aro”. Sus palabras fueron:

1. Comodidad: “de estos me había olvidado y son prácticos, cómodos y lindos, van a reaparecer”.

2. Verano: “estos los compré en vacaciones en la playa y representan la arena y el calor”.

3. Juventud: “estos son como anillos enlazados que me gustaban y los usaba mucho cuando era más joven”.

4. Elegancia: “porque estos los uso para fiestas u ocasiones especiales”.

Al cierre le hice la pregunta habitual: “¿Cómo te sentís?”. “Despejada”, me respondió.

En la siguiente sesión Mirta estaba más animada, hasta había ido a cortarse el pelo con el peluquero que le gusta y al que había dejado de ir por no caminar las tres cuadras de distancia desde su casa, con lo cual hacía tiempo iba a una peluquera que le quedaba a la vuelta. Esta vez, para iniciar el trabajo corporal, le propuse que destinemos un momento para “relajar y estirar”, llevando las manos a las partes del cuerpo que ella quisiera y haciendo los movimientos de estiramiento que necesitara. Trabajamos de pie. Como siempre, al finalizar el trabajo le pregunté cómo lo sintió y me contestó: “Me gustó en el cuello, me estiré”. Se le veía una expresión más relajada que al inicio (durante el trabajo aparecieron muchos bostezos) y en relación con su devolución recordé que varias veces ella se refería a su cuello como “el único lugar del cuerpo donde puedo sentir algo de frío”. Pienso: “pareciera que el cuello es la única parte del cuerpo que percibe sensaciones, que siente, sin necesitar llegar al dolor o malestar…” y me confirmó, una vez más, la profunda indolencia en la que está habitualmente inmersa.

Después de algunas sesiones comencé a percibir que Mirta vivía en un importante estado de indolencia, en un transcurrir en la vida con sus sentidos y sentires profun damente anestesiados, en una forma de básica “supervivencia”.

Por otro lado, otra circunstancia vital que contribuía a su ánimo más alegre durante esa sesión era que, desde hacía un mes, después de vivir durante al menos diez años en un departamento mínimo sin entrada alguna de luz natural, ella y su marido habían encontrado una casita para alquilar a dos cuadras de su trabajo. “¡Una casita con jardín y ventanas! Nos la mandó Dios, esto es como empezar un despegue”, me dijo.

Por esto, para el trabajo simbólico luego del caldeamiento, decidí tomar el tema de la casa nueva, y para ello le recordé las palabras que habían surgido del trabajo anterior: Comodidad, Verano, Juventud y Elegancia, y le propuse que, incluyendo estas cuatro palabras, le escriba una carta a su casa nueva. A Mirta no le gustan mucho estas propuestas y solía decirme que “no tiene imaginación y que no se lo ocurre nada”, con lo cual, en general, las realizaba rápidamente (como sacándoselas de encima).

Para mi sorpresa, esa vez se demoró un buen tiempo en la escritura y cuando terminó su escrito levantó la vista y percibí algo distinto: Mirta estaba conmovida. Después de mirarnos un momento me dijo: “Me impactó. Estas cuatro palabras tienen todo que ver con mi casa. Es increíble”. Le había impactado que esas palabras, que habían salido “de jugar con sus aros”, describían perfectamente lo que ella sentía respecto de su casa nueva.

Mirta había escrito: “En esta nueva casa voy a tener la oportunidad de disfrutar el verano, la comodidad de dormir plácidamente y con amplitud, de sentir la juventud de mis nietos y de decorarla con la elegancia que me gusta”.

Conclusión

A partir de esta experiencia me animé a devolverle: “Viste que, aunque lo ponés en duda muchas veces, tu mundo interno es grande y está vivo”. “Realmente…”, me dijo Mirta sorprendida.

Y con este intercambio de impresiones, respirando, mirándonos, dando espacio para que Mirta pudiera saborear este hallazgo de sí misma, cerramos la sesión.

¡Gracias, Mirta!

 

En los encuentros con frecuencia trabajamos en aspectos prácticos de su vida, tales como: resolver dificultades cotidianas, organizar rutinas y/o acompañar alguna posibilidad de alivio a los malestares físicos que muchas veces se presentaban.

 

 

 

 

 

Bibliografía

Guido, R. (2009). Cuerpo, Arte y Percepción. Aportes para repensar la Sensopercepción como técnica de base de la Expresión Corporal. IUNA, DAM.

Simmel, G. (2015). Sociología: Estudios Sobre las Formas de Socialización. Fondo De Cultura Económica (México) Traducción al español.

Tampini, M. (2017). Cuerpos e ideas en danza. Una mirada sobre el Contact Improvisation. Ediciones NDR.

 

 


[1] Licenciada en Cs Biológicas (UBA). Doctora en Biología Molecular (UNSAM). Arteterapeuta (Escuela Argentina de Arteterapia – EAA). Especialista en prácticas corporales – DMT (UNA) – Movimiento Auténtico. Terapeuta floral (Sistema Bach – California). Sanadora energética (método Barbara Brennan).

[2] La esencia de la indolencia es el embotamiento frente a la naturaleza de las cosas, no en el sentido de que no sean percibidas (…), sino de modo que la significación y el valor de las diferencias de las cosas mismas son sentidas como nulas” (Simmel, 2015).

[3] Terapia floral: El nombre genérico «flores de Bach» o «remedios florales de Bach» hace referencia a su creador, Edward Bach (1886-1936), un médico y homeópata inglés que caracterizó 38 preparados (Sistema floral Bach) y desarrolló su utilización en una modalidad terapéutica. Este sistema es un sistema médico-terapéutico que utiliza los preparados florales. Su campo de acción se circunscribe a las características psicoemocionales de los pacientes, siendo capaces de actuar integralmente en enfermedades tanto psíquicas como orgánicas.

[4] Aclaración: como la atención era virtual, trabajamos durante bastante tiempo para que Mirta dispusiera de una caja con materiales básicos separados para nuestros encuentros. La concreción de esto fue parte importante del trabajo terapéutico.

Cómo citar este artículo: 

Álvarez, P. (2023). “El acontecer de lo simbólico”. Experiencia de trabajo virtual desde el arteterapia con paciente adulta. Arteterapia. Proceso Creativo y Transformación, 11, 21-25.