Abordaje arteterapéutico en un caso de duelo

El duelo es una experiencia íntima intransferible tras una pérdida, proceso que genera diferentes manifestaciones como los sentimientos, los patrones de pensamiento y las conductas, todos ellos esperados y necesarios para poder adaptarse a la nueva realidad que se nos presenta.

El arteterapia abre una creativa vía para acceder a la subjetividad de la persona, a sus cuestiones inconclusas que se actualizan a través de la obra que se produce. El duelo es una experiencia íntima intransferible tras una pérdida, proceso que genera diferentes manifestaciones como los sentimientos (tristeza, miedo, culpa, enojo, impotencia), los patrones de pensamiento (confusión, preocupación, incredulidad) y las conductas (aislamiento social, evitar hablar del fallecido, atesorar objetos, entre otros), todos ellos esperados y necesarios para poder adaptarse a la nueva realidad que se nos presenta.

Hacer una intervención tanatológica mediante el arteterapia es posible pues, como lo señala Malchiodi (2002), el arteterapia se basa en la representación de conflictos, sentimientos, emociones y sensaciones a través del dibujo, la pintura, el collage y/o el modelado, es decir que el consultante tiene la oportunidad de materializar o exteriorizar el problema que lo aqueja por medio del arte. El papel del arteterapeuta es cuestionar al paciente para propiciar la reflexión con la ayuda del producto artístico, además de guiarlo en el proceso para que analice el problema, ya sea de manera verbal o no verbal.

Dado que en nuestras creaciones materializamos nuestras necesidades más significativas y dolorosas, a través del proceso creativo y cognitivo intrínseco el consultante es capaz de construir nuevos significados, modificar sus imágenes internas y desarrollar nuevas habilidades. Al respecto, Klein plantea:

[…] la obra es un acontecimiento que abre un mundo transformante […] El Hombre Objeto de sufrimiento se transforma en Sujeto de su inspiración, apropiándose poco a poco de aquello a lo que parecía condenado y haciéndolo evolucionar hasta integrarlo en un camino que da a las maldiciones pasadas un sentido retrospectivo de creación de sí mismo, primero simbólico en la obra y después en la evolución personal (Klein, 2006: 83).

El duelo de “M”

“M” es una chica de 29 años, diseñadora gráfica. Hace cinco meses se mudó a un departamento que rentó ella sola. Llegó al consultorio un mes después del fallecimiento de su padre. A pesar del diagnóstico de su padre, cuatro meses antes, la sensación de “M” es de incredulidad y confusión. Refiere sentir mucha culpa, que se manifiesta en la limitada ingesta de alimentos, incluso señala que el bocado se le queda en la garganta. Otra conducta que describe es la incapacidad de dormir dos días seguidos más de dos horas, así como el llanto que a veces no puede controlar, y el aislamiento de su familia y amigos.

El abordaje

Las primeras sesiones con “M” nos dimos a la tarea de afrontar la realidad de que su padre ya no estaba; aceptar la realidad de la pérdida es la primera labor intelectual y emocional, necesaria para que la incredulidad y las fantasías que nos protegen del dolor (“sigue en el hospital”, “es como si se hubiera ido de viaje”) se disipen y nos permitan seguir con el proceso.1 Para ello, escribir sobre lo que pasó en el funeral, junto con sus sentimientos, le permitió integrar en forma gradual los recuerdos que le venían también sobre la hospitalización. Cuando “M” aceptó que su padre ya no iba a volver, la tristeza se manifestó en ella: sobre una cartulina, y con ayuda de la acuarela, la pintó.2

Su tristeza es como un desierto. “M” relaciona las montañas con ella y sus hermanos. Menciona que debido a que ella es la mayor, siempre tuvo que ser la hija “bien portada”; cuando llegó su hermana, acaparó todo (de esta forma explica que esa montaña sea más grande). Su relación con ella nunca fue buena, muy diferente a cuando llegó su hermano, pues, con siete años de diferencia, ella se sentía muy agradecida de poder cuidarlo.

La luna es su papá. “M” comenta que él era el más cercano a ella, los sábados pasaban juntos todo el día, mientras su mamá y su hermana se iban a la congregación y su hermano, a trabajar.

Los dos cactus que aparecen debajo de ella representan a su mamá y a su hermana, quienes siempre tuvieron una muy buena relación y hacen todo juntas. Su hermano, el otro cactus, nunca se entendió con ninguno de sus progenitores.

Lo que más le duele a “M” es que todos continúan con sus rutinas como si nada hubiera pasado. El color azul marino representa para ella la soledad, mientras que el azul cielo representa la tristeza.

A pesar de que esta pintura expresa la tristeza, todo parece mantener un orden, que “M” relaciona con el ritual que tuvo que hacer para poder dormir: acostarse a las 10 en punto, apagar el celular, buscar una película que la arrulle, dejar todo a la mano.

En el desierto pintado por “M”, a pesar de ser de noche, debido a la presencia de la luna existe mucha luz. “M” dice que la noche le recuerda las veces que se iban de urgencia por la madrugada, pero también que es en la noche donde la probabilidad de no enterarse de cosas aumenta; concluye diciendo que entonces no duerme porque cree que de esa forma puede tener en orden todo.

Wood (1998) observa la importancia del proceso al decir que el arteterapia involucra no solo la producción artística, sino también el proceso de elaboración. Sobre la base de esta premisa fuimos abordando unidades de sentido: la elaboración de este desierto comenzó por las montañas, continuó con la luna, luego los dos cactus unidos, las dos nubes azul marino, el cactus solo y, finalmente, la nube de color azul cielo que representa la tristeza y que “M” relaciona con que la tristeza no es algo que se permita sentir dentro de casa.

“M” llegó muy preocupada a la siguiente sesión. Comenta que hablar de su papá la rompe, que le es imposible hablar de él sin llorar. Siente que no hizo lo correcto. Una parte de ella le dice que pudo haber hecho mucho más, que no debió haberse mudado de casa, que si era buena hija debió haber regresado con ellos, al tiempo que otra parte considera que su papá nunca quiso decir lo grave que estaba, que su mamá no había respondido a sus preguntas y que su papá le había pedido que siguiera adelante con sus proyectos.

De esta sesión resultó otra imagen. En un corazón partido a la mitad que le entrego, “M” dibuja en una parte un pollito. Comenta que ella es un pollito porque es tierno, ha empezado a crecer y hacer cosas por sí misma; antes vivía encerrada en todo lo que se suponía que debía ser como su hermana. Recuerda que no se sentía querida por su mamá, cuenta que todo lo que había era un “tu hermana si es…”.

En la otra mitad del corazón dibuja un cactus, muy recto porque es la parte que respeta las reglas, la que pensó que podía proteger a todos siguiendo las instrucciones de no decirle a nadie acerca del estado de salud de su papá, para evitar hipocresías de la familia que nunca se hacía presente. Esa parte es también la que actuaba como mediadora entre sus padres cuando estaban a punto de separarse: a la hora de la comida, estando todos sentados, su mamá decía cosas como “¿Le puedes decir a tu papá que no ha pagado la luz?”, ella entonces se hacía fuerte y se lo decía. Para no estar más expuesta, contenía todo su llanto.

Al observar ambas partes dibujadas del corazón comenta que la del cactus siempre ha estado ahí, respondiendo cuando hay dolor, apartando a la gente de ella, incluso a sus amistades que le han escrito para darle apoyo, negando su tristeza, su anhelo de tener una madre que pueda verla como es. Lo correcto ahora es “llorar y dejar que pollito siga creciendo, dejar que la gente que la estima se acerque a ella”.

En esta sesión también trabajamos su percepción ante la falta de empatía de su madre. “M” sentía que existía competencia acerca de quién de las dos podría sentir más dolor, si su madre por haber perdido a su pareja o ella por haber perdido a su padre. Su enojo era que para su entorno ella no recordaba bien quién era su padre. Aparece también la molestia de que su madre se fuera una temporada a Morelos, dejándolos a ella y a su hermano aquí.

Aceptar la realidad de la pérdida es la primera labor intelectual y emocional, necesaria para que la incredulidad y las fantasías que nos protegen del dolor se disipen y nos permitan seguir con el proceso.

A partir de la propuesta de Worden (2004), el recorrido anterior hizo posible elaborar la segunda tarea: trabajar las emociones y el dolor de la pérdida. En un principio, “M” se debatía entre sentir el dolor y no sentirlo, entre el pensamiento de que al haber perdido todos a alguien entrañable para la familia, debían sentir lo mismo que ella en la misma intensidad, sin observar que el vínculo de su padre con ella era mucho más cercano que el de cualquiera.

Abordamos también la culpa que experimentaba. “M” no quería comer pues era una actividad que su padre y ella disfrutaban juntos. La última vez que lo vio con vida, él tenía la charola del hospital con los alimentos, no la había querido comer y estaban a punto de llevársela; “M” insistió en que se la dejaran unos minutos más, y su papá accedió a comer unos bocados. “M” recuerda haber pensado que era mala porque ella podría seguir comiendo, cosa que no era justa. “M” entendió que era el cactus la que hablaba, la parte que la protegía del dolor, mientras que la otra parte, el pollito, sabía que le estaba dando amor a su papá y que ese momento había sido mágico, ya que, siguiendo el ritual que ellos tenían, ambos pudieron tener la oportunidad de comer juntos.

El desenvolvimiento y el viaje que realiza sesión tras sesión fue bellamente expresado por Coll, cuando refiere que:

[…] el proceso de arteterapia no es solo un proceso de envoltura, de envolvimiento; es también un proceso de “des-envoltura”, de des-envolvimiento, en el que, quiérase o no, se desatan determinados procesos que tienen que ver con nuestros modos de ligar vínculos, en el que se deben de ir ordenando y estableciendo nuevos modos de vinculación (Coll, 2006: 44).

Ya en la penúltima sesión hablamos sobre los aprendizajes. Entonces, “M” dibujó con lápices de colores una nueva imagen: un círculo naranja, que relaciona con hacer las cosas más simples (seguir la esencia de pollito), y un triángulo, que simboliza la congruencia entre Cactus (que representa su proceso cognitivo) y Pollito (que es su emocionalidad), y lo que juntas estas dos partes pueden hacer. En este dibujo hay también un corazón, que habla de su familia y de que se puede querer a pesar de las diferencias; que las cosas sean diferentes no significa que no deban ser como son. Aparece de nuevo una luna, que para “M” representa a su papá, que físicamente no está para abrazarla pero que siempre la acompaña en la distancia y en los recuerdos que se presentan cada día.

“M” dibujó por último la flor, que engloba todo, sobre la que me explica que “es el ser amable”. “M” recuerda que como su papá nunca quiso que nadie supiera lo grave que estaba, continuaba yendo a trabajar. En una ocasión, cuenta “M”, todos los vagones iban llenos y él tenía mucho dolor, por lo que se metió en el vagón de las mujeres, lo que produjo un alboroto, y que lo sacaron los policías. Nadie fue para darle un espacio o el asiento, lamenta “M”: “A mí no me cuesta nada darle mi asiento a alguien, ayudar a cargar algo… si se puede alivianar un momento a alguien, ¿por qué no hacerlo…? Nunca se sabe la vida de los demás, como ellas no sabían la de mi papá”.

El papel del arteterapeuta es cuestionar al paciente para propiciar la reflexión con la ayuda del producto artístico, además de guiarlo en el proceso para que analice el problema, ya sea de manera verbal o no verbal.

La flor dibujada por “M” tiene siete pétalos, que ella relaciona con la temporada en que llegó su hermano a su vida y la edad en que se habían mudado a la casa en la que ella sentía que tenía todo, ya que había un jardín y la casa le parecía enorme. Su símbolo habla entonces de otro gran aprendizaje: los cambios también pueden generar ganancias, pero para que eso suceda es necesario adaptarse.

La tercera tarea para hacer un duelo sano consiste en adaptarse a un medio donde el fallecido está ausente. Para ello, ahora los sábados conversa con Pollito y con Cactus, decidió pasar tiempo con su hermano, ver una película, hacer planes para verse con sus amigos y charlar con su mamá de lo que le preocupa sobre su hermano; ha hablado con su hermana también a pesar de su relación complicada y tensa, “pero para eso me ha servido la flor”, comenta al respecto.

Al ser un acto estructurante, el dibujo ayuda a “M” a resignificar la pérdida, atesorando las vivencias con su padre y generando aprendizajes para su vida. En esta sesión, “M” ya deja entrever lo que Attig afirmaba para pensar que un duelo ha sanado:

Podemos seguir teniendo lo que hemos perdido, seguir sintiendo un amor continuo, aunque trasformado, por la persona que está ausente. En realidad, no hemos perdido los años ni los recuerdos vividos […] podemos incorporar los valores y la inspiración que esa persona tenía en su vida, adaptarlas a nuevas pautas que incluyan las relaciones transformadas pero perdurables con las personas que hemos amado (Attig, 1996: 189).

El objetivo último de un proceso de duelo es recolocar emocionalmente al fallecido y continuar. Worden (2004: 57) dice al respecto que “debemos encontrar maneras de recordar a los seres queridos que han fallecido, llevándolos con nosotros, pero sin que nos impida seguir viviendo”. “M” es ahora voluntaria en una institución algunos fines de semana, adoptó un perro y empezó a salir con un chico. Cuando su hermana le preguntó si estaba saliendo con alguien en plan romántico, ella simplemente respondió: “El que yo salga ahora con otras personas no significa que ame menos a mi papá”.

Conclusión

En este proceso arteterapéutico, “M” tuvo la oportunidad no solo el trabajar el dolor y el vacío ante la pérdida, sino que también se devolvió a sí misma el derecho de emocionarse (lo cual no era posible por su propio automandato y el aprendido), así como de reconocer su enojo y su tristeza. A través de las características de los diversos materiales, el proceso de elaboración y el uso de técnicas como el dibujo y la pintura representaron un medio no amenazante que inhibiera sus sentimientos, pensamientos y emociones. Al pedirle al consultante que elabore símbolos, se le da también la posibilidad de integrar sus significados.

 

Notas

1 Como indica Worden (2004), negar la realidad de la pérdida puede llegar a variar en grado, desde una distorsión hasta un engaño total. Esta negación implica no querer ver la irreversibilidad de la pérdida. No resolver esta tarea puede traer olvidos selectivos, una minimización de la pérdida y un duelo congelado.

2 Duncan (2007) comenta que el inconsciente funciona más con símbolos que con palabras razonadas, además de crear posibilidades de mejora. No se trata de crear una obra bonita, sino de utilizar una expresión que nos brinde la posibilidad de contener y generar más información que la aparente.

Bibliografía

Attig, T. (1996). How We Grieve: Relearning the World. Oxford: Oxford University Press.

Coll, F.J. (2006). “Un viaje por arteterapia”, en Arteterapia. Papeles de arteterapia y educación artística para la inclusión social, vol. 1, 41-44.

Duncan, N. (2007). “Trabajar con las emociones en arteterapia”, en Arteterapia. Papeles de arteterapia y educación artística para la inclusión social, vol. 2, 39-49.

Klein, J.P. (2006). Arteterapia, una introducción. Octaedro: España.

Malchiodi, C. (2002). Handbook of Art Therapy. New York: The Guilford Press.

Wood, M. (1998). “What is Art Therapy”, en Pratt, M. y M. Wood, Art Therapy in Palliative Care. London-New York: Routledge.

Worden, W. (2004). El tratamiento del duelo: asesoramiento psicológico y terapia. Barcelona: Paidós.

 


* Psicóloga Clínica por la Universidad Latinoamericana. Tanatóloga por el Instituto Mexicano de Tanatología. Arteterapeuta por la Universidad Nacional Autónoma de México. Certificada por la UNESCO. E-mail: psicoterapeutamichelle@gmail.com. Móvil: 5525234003.