Arteterapia y autoconocimiento. Una vía de exploración hacia uno mismo

Con motivo de haber participado en el Segundo Encuentro Nacional Junguiano, organizado por la Fundación Jung Córdoba, donde presenté un estudio de caso sobre arteterapia y autoconocimiento, me mueve ahora una reflexión que trata de ahondar aún más en las particularidades de este abordaje.

 

Sabemos que el arteterapia es una herramienta ideal para trabajar con todo tipo de patologías, de esto da cuenta el interés, hacia fines del siglo XIX y principios del siglo XX, por el llamado “arte del insano” o “arte psicopatológico”. Por esa época era usual que muchos psiquiatras, como Franz Prinzhorn –o más cercano a nosotros, Nise da Silveira– recopilasen las obras producidas por internos de instituciones psiquiátricas. Por supuesto que esas producciones captan, aún hoy, el interés de quienes buscan desentrañar su rica y abigarrada simbología. Por otro lado, también recordemos que en sus comienzos, el arteterapia fue utilizado por Adrian Hill para contribuir a la recuperación emocional de los heridos en la Segunda Guerra Mundial, quienes, padeciendo de estrés postraumático, encontraban alivio en dibujar y pintar. Sin embargo, y basándome en las teorizaciones de la psicología analítica, sostengo que el arteterapia es una herramienta ideal para el autoconocimiento. Esta afirmación parte de la premisa de que uno de los objetivos más importantes de todo ser humano es el autoconocimiento y la plena realización de sí mismo.

En el capítulo 4 de The Handbook of Art Therapy, Caroline Case y Tessa Dalley dicen sobre la psicología analítica de Jung:

Los símbolos representan la unificación de opuestos en una sola entidad. Pueden ser considerados como un intento natural del psiquismo para reconciliar y reunir opuestos a menudo muy separados uno de otro. Esta capacidad del símbolo de unir lo consciente y lo inconsciente en una nueva síntesis es lo que Jung llamó la función transcendente. En su trabajo, Jung utilizaba dos técnicas. Una era el camino de lo creativo que abarcaba la fantasía, los sueños, los símbolos, el arte y la imaginación activa. La segunda era la forma de comprensión que utiliza conceptos intelectuales, formulaciones verbales, la toma de consciencia y el insight. Él consideraba estas dos aptitudes de la mente como teniendo una relación de compensación. Sentía que la actividad creativa de la imaginación liberaba al hombre de una instancia crítica hacia el lado más “lúdico” de su naturaleza (Case y Dalley, 1992: 91).

Jung escribió La Función Trascendente en 1915, pero ese trabajo recién vio la luz en la década del 50. En él, Jung plantea la integración de contenidos inconscientes a la conciencia, utilizando a tal efecto la técnica de la imaginación activa. Esta consiste en entablar un diálogo interno en un estado de profunda relajación, permitiendo el surgimiento de contenidos inconscientes sin intervención de la actitud directiva de la conciencia. Ante la aparición de una imagen determinada, se le habla como si se tratara de una tercera persona y, una vez finalizado ese diálogo interno, es conveniente fijar plásticamente, por escrito, o incluso, corporalmente a través de una danza lo que surgió. La plasmación en una representación plástica de contenidos provenientes de lo inconsciente, acerca mucho esta función a la esencia del arteterapia. Y Jung así lo describe:

El trastorno afectivo también puede dilucidarse de otra manera, no ya intelectualmente, pero sí al menos gráficamente. Los pacientes que estén dotados para la pintura o el dibujo, pueden expresar el afecto mediante una imagen. No se trata de realizar una representación técnica o estéticamente satisfactoria, sino de dejar volar la imaginación y hacer lo que buenamente se pueda. En principio, este procedimiento coincide con el anteriormente descrito. También en este caso se crea un producto de influencia inconsciente y consciente que encarna el esfuerzo de lo inconsciente por salir a la luz, y, simultáneamente, la aspiración de la consciencia a la substancia (Jung, 1957: 86).

El caso presentado en el Segundo Encuentro Nacional Junguiano se refiere a una joven antropóloga de 35 años de edad que llegó a mi consulta manifestando que le interesaba hacer arteterapia para su autoconocimiento y crecimiento personal. Hacía cuatro años que residía en Buenos Aires, siendo su lugar de origen un país centroamericano, al que estaba considerando retornar a la brevedad.

Trabajamos con Silvia durante 14 sesiones, con consignas específicas. Al finalizar el relativamente breve recorrido, tuvimos una sesión de cierre con la revisión de todos los trabajos. A efectos de considerar los trabajos más significativos, me voy a centrar en tres imágenes en particular, comenzando por el Garabato.

Lo único que Silvia identifica al principio es la lengua, pero después empiezan a aparecer otras figuras: un árbol (en naranja), un sol o una estrella en nacimiento (en el centro), luego pasa a la zona pintada en verde, siente que es lo que le provoca la selva, algo del orden de la vitalidad y la exuberancia. Al lado del sol indica agua y en la punta, un barquito. Y agrega: “Hay algo viviente bajo el sol, es sangre… pero no de muerte, es una parte vibrante… también hay vacíos… lo verde es como un velo diáfano, el azul también, cielo o agua poco profunda, es natural, fluye…. Siento placidez, y también anhelo, por esa vida que veo allí, lo verde llama la atención…”.

Lo primero que notamos al mirar juntos el garabato es la polaridad, por un lado, la placidez (lo manso, las aguas calmas, “tomarme el tiempo, dice Silvia) y por otro, el caos, la falta de continuidad, eso le es ajeno, no es coherente, dice: “He tenido que aprender a convivir con rupturas, no me gusta que me desacomoden nada, no me desespera, pero es mi gran anhelo… el lado derecho no me hace nada de sentido, no lo puedo integrar en algo coherente”, concluye.

Volvemos al azul y a lo que había identificado como el nacimiento de una estrella, dice: “no sé si se va a integrar, está justo en el borde, siento que todo el garabato tiene borde, yo, personalmente, no me siento desparramada, me siento más bien compacta, pero me angustian las cosas sueltas sin conectar, tengo la necesidad de encontrar un sentido, la falta de sentido me desorganiza”.

Para terminar, titula el garabato como “Hallazgo”. Y ¿qué es lo que Silvia halló en este Garabato? Que si bien se siente entera, hay aspectos “sueltos” o “desconectados” que la angustian. Así como también la polaridad que el garabato expresa, esos aspectos escindidos de ella misma a los que tiene, tal vez por primera vez, empezar a mirar desde su esencia para poder integrarlos.

Para el siguiente encuentro, trabajamos “Mi Fortaleza”, cuyo disparador fue el relato “Los Lapachos”, de Mamerto Menapace. Silvia hace un esqueleto en el centro de la hoja que describe como poseyendo lo esencial, sus huesos, y que fue reducido a este estado por un ardiente sol. Se pregunta qué es lo que la sostiene a ella. Este trabajo tiene su continuación con la consigna de la sesión siguiente, “¿Cómo me defiendo?”, cuyo disparador es el cuento “El Caparazón”, también de Mamerto Menapace. Un rayo ahora activa al esqueleto del trabajo anterior.

La cuarta sesión propone “¿De qué cosas me gustaría desprenderme?”, y Silvia hace un trabajo clave, porque remite al arquetipo de la “persona”.

Jung dice: “Al analizar la persona, disolvemos la máscara y descubrimos que lo que aparentaba ser individual es en el fondo, colectivo, que la persona, en otras palabras, era únicamente la máscara de la psique colectiva… La persona es un compromiso entre el individuo y la sociedad que tiene por objeto ‘lo que cada uno de nosotros aparenta ser’” (Jung, 1928: 179).

Y Silvia dice: “Pienso en lo inútil y en el enorme gasto de energía que implica tratar de adecuarse. Hice diferentes máscaras, pero no las puedo identificar… los brazos y las máscaras tapan al verdadero yo, el esfuerzo que implica quitar una y poner otra… Me llaman la atención sus costillas, lo que sostiene, lo vital, lo esencial”.

La consigna “¿Cuánto peso llevo encima?” tiene como disparador la poesía “Acarrearnos el alma”, de Erica Pincever. Silvia dibuja una persona, pequeña, en la parte central inferior de la hoja –que parece tener algo como un lápiz en su mano– y encima, líneas curvas en marrones y azules que atraviesa la hoja y sobre las cuales ubica, en verde, formas informes, esbozos de palabras y algo que parecen ojos, todo da la sensación de estar cayéndosele encima. Trabajando la ira en la sesión siguiente, en la que pinta un río de lava como base y el resto un fondo de azul sobre el que esboza figuras, dice: estoy como en el principio de otro relato, venía trabajando cosas muy concretas, esto es más una sensación… el fondo azul oscuro es tormentoso, pero ese es uno de mis colores favoritos, en rosa estoy yo… estoy como invisibilizada, fantasmal, los otros son simplemente otros… ahora que lo pienso, mis momentos de mayor agresividad se dieron cuando me he sentido invisible… ese piso… ¿es agresividad?, ¿es vitalidad? ¿o es energía?… es un río, debe ser subterráneo, y le da calidez a algo que es frío… frío, inerte… de ahí crece algo, un sustrato de algo, que es contrario a la esterilidad… es un magma que quema.

En el siguiente encuentro, al trabajar “Aprender a escuchar la voz interior,” surgida del relato “Las campanas del templo” hace un insight, a partir de dibujar a la silueta rosa del trabajo anterior bebiendo del río de lava, se puede ver su estructura ósea, el azul está ahora rodeado de un gris oscuro sobre el que pinta rayos. Se pregunta si en realidad no se estará haciendo cuerpo, fortaleciéndose, y dice: “… pasando de un estado fantasmal que no se puede aprehender a algo más consistente. Antes, tenía un modo de vivir fantasmal, eran como vestigios… pero no es mi realidad hoy, me toca hacerme materia, el magma ahora, es una fuente”. Y este hacerse cuerpo resignifica esos primeros trabajos donde aparece el esqueleto que luego es activado por un rayo.

Las dos siguientes sesiones trabajamos “Impresiones Primarias” y algo aún más lejano en el tiempo: “Mi vida anterior”. En el primero, manchas rosas y ocres permiten ver algo amorfo que se mueve detrás, algo que define como un “agua de fuego” y que “tiene que salir por algún lado, sin destruir…”. Y del segundo dice, ante la figura de una mujer (ella misma) al calor de un gran sol: Esta mujer lleva cuatro años dándome vuelta, está para ser develada, hasta ahora no he logrado arrancar ese velo, develarlo va a representar un giro que podría no hacer, pero me lo voy a perder sino lo hago… develar un sentido…”.

La siguiente consigna sobre “El Coraje” la lleva a seguir explorando esta mujer, que ahora aparece ligeramente esbozada con trazos de témpera negra sobre un fondo ocre y amarillo. En la undécima sesión logra un trabajo de síntesis que resignifica los trabajos anteriores (los trabajos del 12 al 14 abrieron una nueva línea que habría ameritado explorar, pero Silvia ya se iba del país). De este trabajo, sobre “Lo viejo y lo nuevo”, dice: “Es una máquina orgánica, lo óseo se vuelve muscular, de voluntad… es redonda, orgánica, flexible, natural, es hacer sin esfuerzo, es fluidez, sin presión, es… alineamiento, una vuelta sobre sí misma, un descanso… que tiene un halo protector…”. Y sigue: “…adentro… se está transformando, empieza a palpitar esa estructura como el músculo, es la forma de su corazón, la fibra muscular de su corazón”.

El recorrido de Silvia da muestras de lo que significa el Proceso de Individuación. Jung define la individuación como “llegar a ser un individuo y, en la medida en que por individualidad entendamos nuestra intimísima, definitiva e irrepetible manera de ser, llegar a ser uno mismo. De ahí que podamos también traducir individuación por auto actualización o auto realización” (Jung, 1928: 195).

Ese fue el sentido último de este recorrido, desde lo básico, el hueso, hasta la constitución del músculo, un proceso de regeneración y crecimiento que va desde la estructura más simple a la más compleja para volver a lo básico como esencial, sin esas envolturas provistas por la máscara. En suma, una secuencia de generación / materialización / desmaterialización / transformación, en camino a ser verdaderamente ella misma.

Bibliografía

Chevalier, J. y A. Gheerbrant (1988). Diccionario de Símbolos. Barcelona: Editorial Herder.

Case, C. y T. Dalley (1992). The handbook of Art Therapy. Londres: Routledge.

Jung, C. G. (2002). Obra completa. Volumen 9/1. Los Arquetipos y lo Inconsciente Colectivo. 10. Consciencia, Inconsciente e Individuación (1939). Madrid: Editorial Trotta.

— (2002). Obra Completa. Volumen 7. La individuación, Dos Escritos sobre Psicología Analítica. 2. Las relaciones entre el yo y lo inconsciente. La Individuación (1928). Madrid: Editorial Trotta.

— (2004). Obra Completa. Volumen 8. La dinámica de lo inconsciente. 2. La Función Trascendente (1916/1957). Madrid: Editorial Trotta.

Malchiodi, C. A. (1998). The Art Therapy Sourcebook. Los Angeles: Lowell House.

Stein, M. (2006). El Principio de Individuación. Hacia el desarrollo de la consciencia humana. Barcelona: Ediciones Luciérnaga.

 


* Licenciado en Psicología (UBA). Arteterapeuta (UNA). Miembro fundador de la Asociación Argentina de Arteterapia. Artista Plástico.