El arenero: herramienta coadyuvante para trabajar el divorcio en niños

Michelle Medrez Flores[*]

Resumen

En este artículo se da cuenta de la labor realizada mediante el uso del arenero[1] como herramienta coadyuvante para trabajar la vivencia de divorcio de una menor de 11 años, cuyos padres se separaron recientemente.

Palabras clave: sandtray, caja de arena, divorcio, infantes, dinámica familiar.


El arenero es un método psicoterapéutico empleado para la objetivación de los contenidos de la mente. Se basa en el trabajo creativo, no racional y preverbal de la psique.

Sin importar su edad, los pacientes crean diversas escenas, utilizando una caja con arena, agua y numerosas miniaturas relacionadas con su entorno social y cultural. La escena producida se convierte en una fotografía tridimensional de la psique, en la que la asociación de un espacio definido con la arena y los demás objetos favorecen la representación de contenidos inconscientes, así como la expresión de imágenes simbólicas, en este caso, la vivencia de R., menor de 11 años cuyos padres se separaron poco tiempo antes.

R. llegó a la consulta a petición de su madre, quien comenta que siente que a la menor le está costando mucho trabajo la situación familiar, que seguramente está padeciendo depresión y que suele reprocharle que a ella le importe más el trabajo que estar en casa y cuidar de sus hijos.

En la entrevista inicial, R. refiere que encontró debajo de la cama cartas que no eran de su mamá pero sí tenían el nombre de su papá. R. le mostró las cartas a su mamá, quien tomó la decisión de correr a su papá; su mamá no llegó esa noche. Su hermano le dice que no se meta, que es una cuestión de adultos. Todo eso sucedió cuarenta días atrás. A partir de entonces, R. ha visto mucho estrés y enojo en casa. Inició un proceso terapéutico una vez por semana, los sábados, con un psicólogo que trabaja en su escuela y al que su papá le paga. R. cree que debe encontrarse muy mal si la envían con otro psicólogo.[2]

El arenero es una herramienta propuesta por la pediatra y psiquiatra Margaret Lowenfeld, donde el sujeto se contacta con una parte de su pensamiento, de su mundo emocional y del recuerdo de experiencias vividas, a partir del juego con arena, agua y figuras en miniatura.

R. es una niña alta y delgada, muy alerta, sensible, cooperadora, con lenguaje y tono de voz claro. Durante la sesión hace pocos movimientos, se toca mucho las manos y se apega a las reglas. Posee una conducta muy respetuosa y cordial. En presencia de su padre baja el tono y pierde contacto visual.

R. es producto del segundo y último embarazo de su mamá; el parto fue normal y programado por cesárea. Se asume que el APGAR[3] fue alto, la ablactación, el control cefálico y los hábitos de sueño se presentaron sin ningún problema.

R. platica que asiste a una escuela privada de lunes a viernes desde las 8 de la mañana hasta las 8 de la noche, por lo que solo está en casa sábados y domingos, aunque en las últimas semanas su papá ha pasado por ella y se la ha llevado a su nueva casa. La escuela nunca le ha representado un problema, hasta ahora, que le cuesta concentrarse.

La caja de arena como herramienta

El arenero es una herramienta propuesta por la pediatra y psiquiatra Margaret Lowenfeld, donde el sujeto se contacta con una parte de su pensamiento, de su mundo emocional y del recuerdo de experiencias vividas, a partir del juego con arena, agua y figuras en miniatura. Según Lowenfeld (1993), el arenero cumple una función psíquica elaborativa: a través del mundo construido en ese escenario en tercera dimensión, el sujeto exhibe su mundo interior y exterior; se convierte en algo que no solo está en su mente, sino también disponible para su propia observación y para la del terapeuta.

Pienso el arenero como un instrumento donde R. puede colocar su estado mental, para ella misma comprender lo que le inquieta y perturba. La finalidad es saber cómo percibe las cosas con su familia y cómo está siendo afectada por la separación.

El caso de R. permite mostrar este proceso integral que amalgama opuestos: estrés y afrontamiento, dificultades y fortalezas, destrucción y reconstrucción, sentimientos de liberación y recursos internos de activación. El conflicto es representado físicamente en la arena, encuentra la forma y libera emociones contenidas y profundas. La analista junguiana Dora Kalff enriquece esta técnica al reconocer el símbolo como herramienta para acceder, de manera no verbal, a los contenidos del inconsciente.[4]

En el tratamiento psicoterapéutico de la caja de arena hay tres enfoques metodológicos para establecer el camino, el modo y la manera en que se trabaja con el paciente. Gonzalo Marrodán (2013, pp. 109-110) refiere que el terapeuta:

[…] dirige la sesión y establece lo que el paciente ha de hacer, cómo lo ha de hacer y cuándo lo ha de hacer […] marca unos objetivos y trata de conseguir estos mediante técnicas […] la caja de arena, dentro de la metodología directiva, se insertaría dentro del juego terapéutico.

Sobre la base de esto decido trabajar la caja de arena como sandtray, considerando que R. tiene un proceso terapéutico estable, así como el notable nerviosismo que intentaba ocultar, su hipervigilancia y la creencia de que debía estar muy mal para que la hubieran enviado a otro psicólogo. El objetivo en este caso fue proporcionarle un entorno apropiado para su edad, emocionalmente seguro y que no requiriera de una habilidad artística específica.

La construcción de la escena

Pienso el arenero como un instrumento donde R. puede colocar su estado mental, para ella misma comprender lo que le inquieta y perturba. La finalidad es saber cómo percibe las cosas con su familia y cómo está siendo afectada por la separación.

Desde el punto de vista junguiano, para poder expresarse, la paciente depende de los espacios concretos que, como en el arenero, le permitan tener la sensación de estar solo consigo misma, al tiempo que lo inaceptable, negativo o desagradable de su ser es puesto sobre algo tangible. Como inicio, pido a R. que sienta la arena y vea las cosas que se pueden construir con ella.[5]

Invito después a R. a ver las miniaturas que están disponibles en el espacio terapéutico[6] y le pido que construya en el arenero lo que está pasando en casa con su familia; comento que yo estaré acompañándola en el proceso.[7] R. mira todas las figuras y pregunta cuántas debe tomar. A la par del proceso creativo comienza la terapia: R. agarra un perro que representa a su papá, un gato patas arriba que representa a su mamá, un león que representa a su hermano mayor, un tucán que la representa a ella y una jirafa que representa a la abuela paterna. Escoge también un árbol en llamas. Toma el león y con la otra mano comienza a hacer un montículo de arena, donde lo coloca. Al preguntarle sobre esa acción dice que es el que está más tranquilo con la situación.

Su hermano ha comentado que por ser mayor de edad no podrá exigir pensión a su papá, entonces piensa que tendrá que sacar bien la escuela para poder trabajar en caso de que sea necesario. R. considera que su hermano tiene más fuerza por su edad y que eso le permite ver todo lo que está pasando en primer plano.

Figura 1

Como se puede ver en la Figura 1, R. colocó al gato de cabeza y semienterrado en la arena. Al cuestionarla al respecto, comenta que su madre es la que está más vulnerable y frágil: la escucha llorar por las noches, está más irritable de lo normal, “se está derrumbando”, indica. Sobre que ella representa a su mamá con un gato, R. dice que lo eligió porque ella ha sido siempre muy enérgica (el tiempo de hacer la tarea le daba miedo por los gritos de su madre) y también porque para ella el trabajo es muy importante y por eso la ve como el gato que come, sale a la calle y regresa más tarde para volver a comer. Lo último que dice sobre su madre y el gato que la representa es que su madre es más bien huraña.

Simbolizado por un perro con la lengua afuera, su padre es, a decir de R., más amable y no grita, está sentado porque por lo general llega cansado. R. comenta que el perro fue con el ave en la noche, la despertó y le dijo que había cometido un grave error y que no podía hacer nada para arreglarlo.

La jirafa es la abuela paterna, según R., muy cercana a su mamá y a ella, aunque ahora no la ha visto y ha estado más en contacto con su mamá. R. cree que la abuela quiere convencer a su mamá de que perdone a su papá. Lo que R. más lamenta es que su abuela no ha ido a casa desde que todo eso sucedió. La jirafa, dice, “es la única que está tratando de apagar el árbol, los que iniciaron el incendio no están haciendo nada”.

El construido por R. es un escenario que parece zona de posguerra. Si bien las mujeres de la casa son las más afectadas, ella se visualiza con recursos que su madre no posee y se permite verbalizar el enojo que tiene ante su padre (aunque considera que no es el tiempo para hablar con él).

El árbol en llamas es la relación de todos como familia. R. comenta que el árbol se incendió por lo que el perro y el gato hicieron; a pesar de que esto no sucedió ayer, el árbol sigue ardiendo.

La figura más pequeña, la más distinta en todo el conjunto de figuras por ella elegidas, y con la que se representa a sí misma R., es el ave. Comenta que ella vivía en ese árbol porque estaba justo en el centro, no por ser el centro de atención sino porque así estaba cerca de su abuela, de su mamá y de su papá. Cuando el árbol se incendió, voló y se colocó atrás del león porque considera que es el único de la familia que no está ocupado con otras cosas, aunado que a su juicio es el más centrado.

En ese momento R. pregunta si puede agregar otra figura, se dirige de nuevo al juguetero y trae un lobo de ojos rojos que coloca atrás de su papá. R. dice que el lobo es la persona que está ahora con su papá, refiere que su mamá la conoce desde hace dos años porque su papá se la presentó. En la carta leyó que el lobo le decía al perro que dejara a su familia y que se fuera con ella a construir otra, que no entendía por qué seguía ahí. R. tiene entonces la sensación de que su padre no solo ha sido deshonesto con su madre, sino también con ella, de modo que a la sensación de abandono que tenía por parte de su madre se suma a la de su padre. Es notorio el gesto de enojo hacia la figura del lobo, incluso la coloca rápidamente.

Figura 2

Al cuestionarle sobre el ave y la posición que ocupa, solicita permiso para escoger otra figura: un búho. R. comenta que en este momento no piensa moverse de ahí hasta que el árbol se apague, pero que no está sola: ha encontrado personas que están al pendiente de ella, como sus compañeras, algunas mamás de sus compañeras y la directora de su escuela. Refiere además que se siente bien que el búho sea también un ave. Al preguntarle por lo que le representa un búho me dice que son animales muy observadores y muy listos, lo que le ayuda a sentirse mejor. A diferencia de cómo colocó al lobo, al búho lo coloca de forma muy delicada.

La interpretación de la caja de arena

Hay puestas ocho miniaturas equivalentes a la palabra, ocho figuras que en el arenero tienen dimensión simbólica. La percepción que tiene R. con respecto a su familia ha quedado establecida: como en el cuento infantil de Caperucita Roja, la abuela representa la polaridad positiva, preocupada por el árbol, gentil y atenta con su familia. La loba encarna el ser negativo que impone desorden; lo mismo pasa con el perro y el gato: el perro genera cierta tranquilidad y el gato es la parte dura y estricta. Es la forma que tiene R. de ponerle orden a su mundo. Puede verse la triangulación[8] de la abuela en relación con el gato y el perro: la jirafa quiere restaurar el vínculo, algo que seguramente no es nuevo porque la abuela es una figura muy cercana entre el gato y el ave.

En cuanto a la naturaleza dinámica o estática de la escena (ver Kalff, 2007), en esta oportunidad R. dispuso una escena estática (en el caso de la madre incluso sugiere un movimiento bloqueado muy similar al de la abuela con sus nietos). El único elemento dinámico (por el propio fuego) es el árbol, que sigue ardiendo. Al colocar a su hermano y agregar el búho, R. construye una escena con elementos que le dan seguridad, lo que refuerza la forma delicada de poner la figura del búho. Lo anterior hace referencia a que R. cuenta con una red de apoyo (compañeras de escuela, madres de sus compañeras, la directora de su escuela y su hermano), elemento indispensable cuando hablamos de duelos. Así, en términos de Marrodán (2013), podemos decir que la caja de arena está representando una escena resiliente.[9]

Con respecto a la relación entre las figuras y las partes, en este escenario puede observarse que todas las figuras están separadas y son de distintas especies. La separación de sus padres ha distanciado a todos los miembros de la familia. R. comentó que ella vivía en el árbol, cerca de su abuela; la única excepción es el búho que está cerca de R.: es la sensación de abandono, de ver a todos lidiar en lo individual con la separación.

La separación más evidente es la de la figura del perro. R. comenta que está enojada con él, que no sabe cómo decírselo y que además no cree que sea el momento oportuno. Cuando le pregunto sobre la distancia entre el perro y el ave, dice que si pudiera decidirlo no lo vería, pues siente que el enojo es mucho. R. experimenta al menos dos duelos significativos: el de su abuela y el de su padre.[10]

Si tenemos en cuenta que R. usa solo animales en la construcción del arenero, podemos asumir que se trata de uno no poblado.[11] Otra categoría que describe bien la creación de R. es la del mundo rígido: la mayor parte de las miniaturas están en una disposición geométrica clara, donde la distancia entre el perro, la jirafa, el león y el gato es la misma. Según Homeyer (2011, p. 41), esto “puede verse como una necesidad extrema de orden, como una reacción al mundo caótico […] También es posible que […] tenga una gran necesidad de perfeccionismo o autocontrol […] también puede ser emocionalmente reprimido”.

El construido por R. es un escenario que parece zona de posguerra. Si bien las mujeres de la casa son las más afectadas, ella se visualiza con recursos que su madre no posee y se permite verbalizar el enojo que tiene ante su padre (aunque considera que no es el tiempo para hablar con él).[12]

Bibliografía

Homeyer, L. y Sweeney, D. (2011). Santray Therapy. A Practical Manual. New York: Routledge.

Kalff, D. (1980). Sandplay: The Psychotherapeutic Approach to the Psyche. Santa Mónica: Temenos Press.

— (2007). “Veintiún puntos para considerar en la interpretación de la Caja de arena”. Journal of Sandplay Therapy, 16 (1), 51.

Lowenfeld, M. (1993). Understanding Children’s Sandplay: Lowendfeld’s World Technique. Sussex Academic Press, United Kingdon.

Marrodán, J. L. (2010). “La relación terapéutica y el trabajo de reconstrucción de la historia de vida en el tratamiento psicoterapéutico de los niños crónicamente traumatizados”. Cuadernos de psiquiatría y psicoterapia del niño y del adolescente, 49, 187-204.

Pattis, E. (2010). Junguian Analysis. Murray Stein. Chicago: Chiron.

— (2011). Sandplay Therapy in Vulnerable Communities: a Junguian Approach. New York: Routledge.

Slaikeu, K. (1996). Intervención en crisis. Manual para práctica e investigación. México: Manual Moderno.

Worden, W. (2004). El tratamiento del duelo: asesoramiento psicológico y terapia. Barcelona: Paidós.

Yoshikawa, L. (1999). “The Return of the Spring for an Adolescent Girl”. Journal of Sandplay Therapy, 8 (2), 119.

[1] Mesa de arena o bandeja de arena (sandtray).

[2] Es importante mencionar desde ahora que para no respaldar la idea de R. de que estaba tan mal que la enviaron con otro psicólogo, se hizo un informe con los hallazgos del trabajo con el arenero que aquí se consigna, para que ella continúe el proceso iniciado con el psicólogo que ya veía. En este informe se dio cuenta tanto a la dinámica familiar como de su vivencia en cuanto a la pérdida del padre.

[3] APGAR: Aspecto, Pulso, Irritabilidad (del inglés Grimace), Actividad y Respiración. Se utilizan estos cinco factores para evaluar la salud del bebé.

[4] Kalff (1980) afirmaba que la caja de arena no era únicamente un método utilizable dentro de una terapia, sino también era un medio activo a través del cual los contenidos de la imaginación se hacían reales y visibles.

[5] Sobre el material usado, en su libro Junguian analysis, Eva Pattis (2010, p. 5) señala: “La arena […] permite una gama más amplia de posibilidades de diseño, en las que se puede construir y deconstruir, sin que sea necesario contar con habilidades manuales especiales. Con solo dibujar unas pocas líneas en la arena seca, se dejan unas huellas que jamás parecerán torpes o inexpertas; […] adicionalmente, la arena ofrece, tanto la adaptación como la resistencia”.

[6] Como indica Pattis (2011), estas figuras corresponden a su cultura y abarcan diversas categorías: Naturaleza (plantas, animales domésticos y salvajes, terrestres, aéreos y acuáticos), Objetos inanimados (piedras, conchas o trozos de madera), Personas (de diferentes sexos, edades, grupos étnicos y profesiones), Figuras bélicas (tanques, pistolas, cañones, soldados, cuchillos y soldados), Figuras fantásticas (fantasmas, zombis, brujas, magos, vampiros, hadas, pegasos y unicornios), Medios de transporte (camiones, autobuses escolares, lanchas, autos y taxis), así como Figuras propias del hogar (alimentos, muebles, teléfonos, tanques de gas y herramientas), junto con otros objetos tales como pedazos de madera, botones, retazos de tela, llaves y limpiapipas.

[7] Busco apegarme a lo que Kalff (1980) señala sobre el rol del terapeuta: para lograr continuidad no debe tocar los elementos construidos por el paciente en la sesión. Es por eso que indico con claridad a R. que mi función es observar y acompañar su proceso; esto promueve el establecimiento de una relación empática con el paciente, que le permite expresarse sin temor a ser juzgado. Al respecto, Yoshikawa (1999) considera que el papel del terapeuta es “el de testigo, actuar como partero de la creación del símbolo”, lo cual requiere una actitud de apertura, aceptación y protección, porque solo así “se conseguirá que lo producido allí permanezca sobre sus propios límites naturales”.

[8] La triangulación es un concepto propio de la teoría sistémica que parte de la idea de una configuración de tres personas, donde el funcionamiento de cada uno depende e influye en los otros dos.

[9] Según Marrodán (2013, p. 160), una escena resiliente contiene “elementos de amenaza, destrucción, ataque, soledad, abandono, miedo […] Pero coexisten otros símbolos que sugieren los puntos fuertes del paciente o símbolos que ayudan, protegen o contribuyen a que la historia o la escena tenga un final o significado positivo o, al menos, ambivalente”.

[10] Según Worden (2004), un duelo debe de elaborar cuatro tareas básicas: 1) Aceptar la realidad de la pérdida, tarea básica para iniciar el trabajo del duelo, incluso si la muerte es esperada (por ejemplo, en la enfermedad terminal), al suceder casi siempre existe una sensación de irrealidad o incredulidad. 2) Trabajar las emociones y el dolor (tanto emocional como físico) de la pérdida. Es importante reconocer los sentimientos que esta despierta y no intentar evitarlos, sentir el dolor plenamente y saber que algún día pasará. 3) Adaptarse a un medio en el que lo perdido está ausente. 4) Recolocar emocionalmente lo perdido y continuar viviendo; se trata de poder continuar la vida de un modo satisfactorio, sin que el dolor por la pérdida impida la vivencia plena de sentimientos positivos respecto a los otros. En este sentido, R. estaría transitando la segunda tarea, al vivenciar el enojo hacia el padre y la tristeza hacia su abuela; también está el miedo a su enojo.

[11] Linda E. Homeyer (2011, p. 40) dice que este tipo de arenero “puede reflejar el deseo del cliente de escapar o de no expresar sentimientos hostiles a las personas […] puede ser así porque en su mundo real los han lastimado y los niños quieren escapar de ese mundo. Es comprensible que estos niños tengan ira y hostilidad hacia las personas que los han lastimado, espiritual, psicológica y emocionalmente”.

[12] Aunque este recato corrobora el miedo que le causa externar su enojo.


[*] Psicóloga Clínica por la Universidad Latinoamericana. Tanatóloga por el Instituto Mexicano de Tanatología. Arteterapeuta por la Universidad Nacional Autónoma de México. Certificada por la UNESCO.

Cómo citar este artículo:

Medrez Flores, M. (2020). “El arenero: herramienta coadyuvante para trabajar el divorcio en niños”. Arteterapia. Proceso Creativo y Transformación, Nº 8, pp. 18-22. Recuperado de https://arteterapiarevista.ar/el-arenero-herramienta-coadyuvante-para-trabajar-el-divorcio-en-ninos