El objeto perdido

Los títeres son objetos cuyo lenguaje y técnica ayudan a constituir un escudo, un refugio donde esconderse a la hora de desnudar el objeto perdido que todo titiritero busca en cada títere que transforma en metáfora.

Palabras clave: títeres, poética, lenguaje, representación, objeto.


¿Quién soy?

Sucede que cuando me preguntan quién soy, surge desde el fondo de mi historia, más allá de la conciencia, que soy titiritera. Entonces ocurre que, durante largo rato, me apasiono hablando del lenguaje y la poética de los títeres, cuyo arte profeso desde hace treinta y pico de años, y olvido, casi al borde de la ingenuidad, por qué soy titiritera. Como si el lenguaje del títere y su técnica sirvieran de cobijo, de escudo. Un refugio donde esconderse a la hora de desnudar el objeto perdido que todo titiritero busca en cada títere que transforma en metáfora.

 ¿Títere es todo objeto manipulado por el ser humano que participa de una acción dramática?

Si solo basara esta pregunta en la práctica de este lenguaje y en mi formación, si solo tomara al pie de la letra cada acción enunciada en esta pregunta, podría pensar que sí, que uno toma un títere, se sube a un escenario frente a un público y genera, en el mejor de los casos, una acción dramática que concluye con un aplauso o, en el peor de los casos, con un tomatazo. Pero algo más sucede al realizar esa secuencia de acciones. Algo personal, único, profundo y descabellado surge en uno a la hora de disponer las manos, la mente, el cuerpo todo con ese objeto que nos representa por un rato. El objeto perdido es hallado.

El objeto hallado es uno y no es uno. Lo manipulamos y nos expresamos a la vez que lo miramos, lo corregimos, lo admiramos o simplemente lo criticamos.

Ese momento mágico, pleno, vuelve a desvanecerse cuando esa acción dramática llega a su fin y abandonamos el títere para que vuelva a ser un objeto. Y, como un niño que pide que le cuenten de nuevo el mismo cuento, nos reencontramos con ese objeto perdido en la próxima función.

Sucede algo similar a la hora de construir los títeres con la idea previa, con la búsqueda de los materiales adecuados, con los bocetos que intentan develar por dónde comenzar y con las largas horas camino al encuentro con el personaje.

Algunos titiriteros construyen sus títeres. Otros confían esta tarea a realizadores, en general titiriteros, que tienen el desafío de captar y plasmar la idea de quien dirige el proyecto. Pero tanto unos como otros ven crecer y emerger el objeto construido y cómo, entre sus manos, se transforma en títere, vivenciando infinidad de etapas con interrogantes y certezas.

 ¿El objeto resignificado se transforma en títere?

Decimos que una escoba se transforma en caballo, una olla puede ser una pileta donde se arrojan dos señoras cucharas al agua, una cartuchera viaja por el espacio conteniendo a sus tripulantes, un grupo de lápices. Y es así como en esa primera infancia, donde lo lógico y común es transformar los objetos cotidianos en títeres, haciéndolos participar de una acción dramática improvisada, es que volvemos a resignificar los objetos. Pero ahora, cargándolos de un sentido predeterminado, ya con la intención de que participen de esa acción dramática establecida con anterioridad, desde la dramaturgia escrita o desde la historia que intentamos contar en forma improvisada.

Siguiendo con la observación del niño en ese juego solitario, veremos de modo inevitable cómo frente a sus ojos nace y crece un propio universo, con sus características, sus reglas, su principio y su final.

Veremos que esos objetos cobran vida, hablan, se mueven, cuentan una historia. Se comunican entre sí o miran y conectan con quien los esté mirando. Y es ahí, como titiritera, a la hora de actuar, cuando descubro que con solo dejar que suceda esa conexión con esa sensación primera, un universo surge frente a mis ojos y me invita a desplegar mi propio mundo, como un dios o un demonio mirando su creación.

¿El títere como herramienta de Arteterapia?

Como experiencia en mi tarea docente dentro de la carrera de Arteterapia, en la asignatura Títeres, a la hora de compartir mi conocimiento con los alumnos adultos percibo un primer momento de desconcierto frente a mi propuesta inicial. Veo en sus rostros desconfianza y dudas frente a la idea de generar, con objetos que pueden encontrar en sus carteras o mochilas, un propio universo para representar una historia.

A medida que transcurre este proceso de transformación de esos objetos en títeres, simplemente trabajando con tres preguntas básicas (quién es, de dónde viene y a dónde va) esos rostros comienzan a transformarse, a dejar ver una pequeña luz, donde, fuera de lo consciente, aparece el juego, y jugando se muestran y comparten parte de sus propias historias de vida.

Con el ojo entrenado, descubro que logro conocer y entender a estas personas más por lo que expresan con sus objetos que cuando charlamos mirándonos a los ojos.

Volviendo a la idea de que títere es uno y no es uno, de manera inevitable, en esas pequeñas historias contadas con esos objetos emergidos de sus carteras o mochilas se devela el propio discurso, cuenta su propia historia, explica su dolor más primario.

Si este ejercicio fuera simplemente una representación en un contexto teatral, quizás no sería necesario ahondar más. Pero, dentro de un encuadre de formación en Arteterapia, cobra relevancia y se hace necesario el posterior análisis de lo sucedido, para que lo ocurrido se transforme en conciencia y podamos realizar una posterior lectura de lo vivenciado.

 A la hora de trabajar como arteterapeuta, ¿cómo elegir un títere, un objeto? ¿O simplemente se puede comprarlo?

Cuando la herramienta títere es utilizada en arteterapia y se ha comprendido la base esencial de qué es títere, el profesional debe decidir si construir, reutilizar, comprar o simplemente trabajar con objetos cotidianos.

Frente a esta disyuntiva, y teniendo en cuenta que la herramienta será eficaz si logramos transformar los objetos en títeres, el camino más saludable tanto para el arteterapeuta como para aquellos que son coordinados, es siempre apelar al deseo. Buscar ese camino de construcción de la herramienta a partir de aquello que nos fluye más.

De nada servirá forzar una construcción de un títere si me siento más cómoda con objetos cotidianos. Tampoco servirá comprarlo si lo que más me fluye es construirlo.

El objeto hallado es uno y no es uno. Lo manipulamos y nos expresamos a la vez que lo miramos, lo corregimos, lo admiramos o simplemente lo criticamos.

A mi modo de ver, y a partir de mi experiencia, lo que no nos fluye, lo que no nos da placer, fracasa. Claro que en ese camino uno se encuentra con sorpresas. De pronto descubre que aquello que había descartado se transforma en un deseo. Y bien, sin dudarlo, cambiar de camino seguramente será lo más saludable.

La herramienta títere no será más eficaz si es más bella, o más grande, o más costosa. La herramienta títere será eficaz siempre y cuando sea honesta, propia, única.

Pero claro, no hay que olvidar al otro. Y ahí es donde se pone en juego la habilidad del arteterapeuta de poder empezar la tarea con su propia herramienta, y en el camino, permitir que el otro la transforme en la propia.

¿El arte sana?

El diccionario de la Real Academia Española define al arte (del latín ars) como la “manifestación de la actividad humana mediante la cual se interpreta lo real o se plasma lo imaginado con recursos plásticos, lingüísticos o sonoros”.

Y sí, sin necesidad de hacer conciencia, todo artista transforma su dolor a través del hecho artístico, ya sea teatral, plástico, literario o musical. Toda actividad artística nos permite conectar con el propio universo y transformarlo.

 Sin necesidad de hacer conciencia, todo artista transforma su dolor a través del hecho artístico, ya sea teatral, plástico, literario o musical.

El arte nos conmueve, nos impulsa. Algo se transforma en nuestro pensar, en la forma de sentir, genera una reflexión que puede cambiarnos.

Ya sea como artistas o como espectadores, el arte nos atraviesa, permitiéndonos colocarnos en otro ángulo desde donde ver la realidad. Nos quita prejuicios, nos da la posibilidad tanto de comunicar como de entender al otro. O sea, nos relaciona con el mundo.

El arte de los títeres no se queda fuera de esta situación. Es más, creo y compruebo que la práctica teatral, al crear acciones dramáticas a través de los títeres, nos conecta en forma natural con el propio universo y nos permite hacer una lectura profunda de aquello que deseamos, sentimos y vivenciamos, dándonos la posibilidad de mantenerlo o modificarlo.

Detrás del retablo

Alejándonos un momento de la metáfora dramática y la herramienta sanadora, me gustaría compartir otra manera de ver al títere.

El títere muchas veces aparece atrás de una tela. En este caso, entramos atrás de esa tela que llamamos “retablo”. Vemos personas, por lo general vestidas de negro, objetos cuidadosamente ubicados, pequeñas luces que iluminan el camino, papeles pegados con anotaciones de puesta.

El sonido se siente apagado por la acción de las telas, la luz es muy tenue, estas personas revisan los objetos reubicándolos en forma minuciosa. Algunos repiten textos, otros realizan ejercicios de relajación o concentración. Todo está listo. Se escucha el murmullo del público. Comienza la función. Y es ahí, ni antes ni después, en ese instante, cuando colectivamente se genera un universo con sus propias reglas, acciones y lenguajes.

Es ahí cuando un títere se encuentra con otro, y acontece una doble comunicación. Por encima del retablo, dos títeres interaccionan. Por debajo, dos titiriteros se relacionan corporal y mentalmente en el reducido espacio, a la vez que se comunican entre sí por medio de sus títeres. La doble comunicación se multiplica a la hora de sumar en la escena otros títeres con sus titiriteros.

Este engranaje poético, expresivo y de comunicación pone en juego, desde la acción dramática, distintos hilos de conexión. Entre los titiriteros, entre los títeres y, sobre todo, entre todos ellos y el público.

La muerte del títere o ¿el arte de nacer al amanecer?

Podríamos decir que todo títere muere cuando su manipulador termina su acción dramática, volviéndolo un objeto, pero prefiero citar al maestro, poeta y titiritero Javier Villafañe, que dijo alguna vez:

El títere nació el primer amanecer, cuando el primer hombre vio por primera vez su propia sombra y descubrió que era él y al mismo tiempo no era él. Por eso el títere, al igual que su sombra, vivirá con él y morirá con él.

* Docente, autora, directora y actriz titiritera. Egresada de la Escuela Taller de Titiriteros del Teatro San Martín (Buenos Aires, Argentina) y de la Escuela de Bellas Artes “Manuel Belgrano”. Integra El Nudo Compañía Teatral desde 1997. Es docente en el área de Títeres en la Primera Escuela de Arteterapia de Buenos Aires y coordina el área de talleres artísticos de la Escuela de la Nueva Expresión en la misma ciudad.

Cómo citar este artículo:

Scarpitto, N. (2020). El objeto perdido. Arteterapia. Proceso Creativo y Transformación, 7 (14-17). Recuperado de: https://arteterapiarevista.ar/el-objeto-perdido/