Tránsitos territoriales de la identidad, diálogo entre las terapias artísticas y el saber ancestral afrocolombiano

Lucía Cardona Pareja [*]


Resumen

El presente artículo se centra en el análisis del proceso creativo como medio de fortalecimiento de las voces de un grupo de mujeres afrocolombianas, lideresas, víctimas del desplazamiento forzado, consecuencia del conflicto armado nacional de Colombia, a quienes se acompañó en una intervención de simbolización identitaria. La estructura arteterapéutica triangular se dispuso para acoger el saber ancestral de las participantes, como parte de la relación vincular en la que se basó el proceso. Dar cuerpo a sus imágenes les permitió reconocer sus necesidades y recursos. A su vez, crear les permitió verse desde la capacidad y abordar el dolor desde un lugar fortalecido; esto fue necesario para completar algunas imágenes inconclusas que conservaban después de múltiples violencias vividas, como renovar las formas con las que se definían a sí mismas.

Palabras clave: desplazamiento forzado, terapias artísticas, saber ancestral, voz, descolonización.


 

Mujer de tierra y fuego, mujer de agua, te haces emoción con cada grano de arena que cae sobre tu mar. Te regalo una pieza de esta tierra mía, te comparto mi soledad, busco con ella una atarraya de abundancia y paz. Enseñas con tu fortaleza a integrar, las heridas pasadas en forma de cantar. Entre alabaos y llanto te rehaces, mujer hermana, callao de otros, con tu mirar llenas de fuerza mi andar.

 

Producción del Proceso de Acompañamiento a mujeres afrocolombianas lideresas

La brecha social, sistemática y útil para algunos sectores de la economía local y global, sostiene, en la realidad colombiana, un conflicto armado desde hace más de 70 años, que tiene como una de sus principales consecuencias el desplazamiento forzado[1] de quienes deben dejar su territorio para salvaguardar la vida. En el contexto de habitar la ciudad surge en un grupo de mujeres afrocolombianas, víctimas de desplazamiento forzado, la necesidad de fortalecer su voz, para acceder a mecanismos de exigibilidad de derechos.[2]

El Proceso de Acompañamiento Psicosocial[3] guiado a través del encuentro entre terapias artísticas y saberes ancestrales, buscó responder a esta necesidad. Consistió en ocho sesiones de tres horas cada una, que desde el proceso creativo favorecieron la ampliación del repertorio de imágenes con las que cada una se nombraba a sí misma. Se vincularon herramientas de tres de los lenguajes artísticos en su enfoque terapéutico (arteterapia, danza movimiento terapia y musicoterapia), escuchando recursos de las participantes.

El Proceso de Acompañamiento Psicosocial consistió en ocho sesiones de tres horas cada una, que desde el proceso creativo favorecieron la ampliación del repertorio de imágenes con las que cada una se nombraba a sí misma.

El reconocimiento intercultural guio el proceso, el fortalecimiento integral se construyó de la mano de la recuperación de canciones, historias, prácticas medicinales y culinarias, así como de la vivencia de prácticas de sanación ancestral, en las que se contó con el apoyo de una mujer afrocolombiana cantadora y sanadora.

Como hipótesis construida colectivamente se tomó la presencia de los silencios que hacían necesario que las mujeres no alzaran su voz, reconociendo, de la mano de la economía psíquica, cómo toda defensa es fundamental para la identidad.[4]

El diseño fue el de una sesión de terapia artística guiada desde el encuadre, el desarrollo y el cierre que contiene desde la palabra y el canto; fue importante vincular la oración, necesaria para las participantes.

El reconocimiento intercultural guio el proceso, el fortalecimiento integral se construyó de la mano de la recuperación de canciones, historias, prácticas medicinales y culinarias, así como de la vivencia de prácticas de sanación ancestral.

Desde este encuadre se construyó un entorno horizontal, direccionado con consignas abiertas que favorecían la confianza al crear. La puesta en juego de emociones en un entorno diferencial fortaleció saberes útiles para sobrevivir, la recuperación de memorias ancestrales vinculadas a la capacidad robusteció las imágenes de las identidades individuales y produjo identidad colectiva.

En este entorno intercultural, seguro para la expresión y elaboración emocional, reconocieron haber sido desplazadas de su tierra, no de su saber ancestral.

El abordaje desde la perspectiva constructivista amplió la imagen de víctimas del conflicto armado a creadoras de sus realidades (Maturana, 1995). La relación entre identidad y realidad social se transformó durante el proceso creativo. Conforme reorganizaban la propia historia, sus imágenes crecían, tomaban más fuerza y color. Como lo afirma Patt Allen (2010), la identidad se recreó en el proceso creativo.

Cada sesión era una experiencia vincular orientada en palabras de las mujeres participantes a sanar, entendiendo este término como la integración consciente de las consecuencias que el conflicto armado dejó en sus cuerpos y en sus formas de habitar el mundo.

El espacio físico fue base de la inclusión y del movimiento de confianza construido colectivamente. Dispuesto con tambores y telas de colores con estampados africanos, brindaba seguridad a las participantes al tejer fronteras, y favorecía la expresión, elaboración y contención de todas las emociones que lo necesitaran.

El bienestar de las participantes llevó al saber ancestral, puente de capacidad, se buscó fortalecer la identidad desde el núcleo sano. La cultura afrocolombiana pone sus recursos en pro de lo comunitario. El proceso desde las terapias artísticas acompañó a equilibrar este sentido de vida, integrar la capacidad de límite en las formas creadas permitió trabajar desde la metáfora la autocontención. La resiliencia se integró al poder ver una forma mutar a otra, cada una en su momento y en su propia obra.[5] Al hablar de la obra nombraban lo que le pasaba a su propia identidad, reconociendo de la mano de Jean Pierre Klein (2006) cómo “es más fácil hablar de mí sin decir yo”.

Cada sesión era una experiencia vincular orientada en palabras de las mujeres participantes a sanar, entendiendo este término como la integración consciente de las consecuencias que el conflicto armado dejó en sus cuerpos y en sus formas de habitar el mundo.

Siguiendo a Fiorini (2007), se comprendió cómo el proceso creativo fue el tercer espacio en el que las defensas se movilizaban de manera diferencial, emergieron las historias de lo perdido y se permitieron reconocerlas como parte de la identidad, no su centro, hallando un cierre que logró reacomodar su rol desde nuevas formas. Las obras remitían a la infancia y a la ausencia, desde la forma y el contenido vinculaban al momento de quiebre en el que la identidad necesitaba repararse. La materialización del lugar seguro fue reconocida como un nuevo comienzo revinculante con la vida.

Llegar a los materiales tomó tiempo; era inusual este trabajo y evocaba su infancia, que en la mayoría de los casos no era un lugar seguro, dado que remitía a la añoranza. Sin embargo, una vez existió la posibilidad de un vínculo que sostuviera, fue posible transitar al territorio material.

La práctica desde las terapias artísticas, en tanto a su forma y contenido, se configuró como un lugar seguro desde donde fue posible ampliar los recursos que se tenían para vincular con el mundo, reafirmar el sentido de vida y dar cuenta de nuevas posibilidades para recrear la identidad. Lugar seguro es donde la identidad puede trascender lo aprendido para sorprenderse a sí misma, ensanchando sus fronteras para fortalecer las aptitudes que la llevan a ser capaz de asumir creativamente su realidad.

En el núcleo sano habita el impulso de vida (Freud, op. cit. Cury, 2013); el proceso creativo buscó darle protagonismo a la vivencia generadora de bienestar. El proceso creativo contribuyó a transitar entre el territorio de lo dado al de lo posible (Fiorini, 2007), allí la imagen de la violencia se transformó en la de la estructura robusta de posibilidad de autocuidado y límite.

Recuperar el carácter dinámico de la identidad, movilizando, incomodando, des-estatizando el orden de cosas planteado desde una lógica útil socialmente, pero inútil para quienes tienen que cargar el peso de sus consecuencias implica reorganizar las formas que lo consolidan. La identidad en movimiento genera más espacio, más vida, despierta nuevas defensas. El disfrute del proceso creativo permitió a cada mujer habitar un lugar más cómodo desde donde salir al mundo y alzar su voz, ampliando las imágenes con las que habitarse en este nuevo territorio de su identidad.

 

Bibliografía

Allen, P. (2009). Arteterapia. Guía de autodescubrimiento a través del arte y la creatividad. Madrid: Gaia Ediciones.

Cury, M. (2013). Clase magistral Psicología Clínica, Máster de Terapias Artísticas y Creativas, ISEP. Barcelona, España.

Fiorini, H. (2007). El Psiquismo Creador. Editorial Producciones Agruparte.

Klein, J. P. (2006). La creación como proceso de transformación. Arteterapia. Papeles de arteterapia y educación artística para la inclusión social, 1: 11-18.

Martínez, M. (2011). Técnicas, materiales y recursos utilizados en los procesos arteterapéuticos. Arteterapia. Papeles de arteterapia y educación artística para la inclusión social, 6: 183-191.

Maturana, H. (1995). La realidad objetiva o construida. Fundamentos biológicos de la realidad. Barcelona: Anthropos.

Morales, F. (2007). Psicología y Racionalidad. Madrid, España.


[1] Desde 1985 el fenómeno social del desplazamiento forzado se incrementó en dimensiones difíciles de predecir, frente a las que es posible y fundamental que el Estado actúe. En 2003 se emitió la Sentencia T-025 de la Ley 1247, que regula este fenómeno. Sin embargo, Colombia, en los últimos 70 años de guerra, se ha acostumbrado al conflicto armado, invisibilizando sus consecuencias. En 2003, Chocó fue el sexto municipio expulsor de población.

[2] Muchas viven revictimización institucional y/o social. Ser mujeres las hace más vulnerables, a la vez que les abre a una oferta laboral más amplia que la que pueden encontrar los hombres. En muchos casos vinculan el trabajo del hogar con el del escenario público sin ser reconocidas por ello, vivenciando sobrecarga del cuidado. Viven en ausencia de derechos básicos como alimentación, salud, vivienda y trabajo dignos, y en muchos casos, del goce de su familia.

[3] Proceso de acompañamiento arteterapéutico intercultural realizado en el año 2018, inicialmente con el Colectivo La Comadre, que se abrió a mujeres afrocolombianas diversas, también víctimas de desplazamiento forzado y venidas del Pacífico colombiano. Fue apoyado por el Instituto de Estudios Sociales y Culturales Pensar, de la Universidad Javeriana, y desarrollado por Arteterapia Bogotá.

[4] Todo lo que existe tiene una razón para hacerlo, ni el cuerpo, ni la mente gastan energía sosteniendo algo que no les es útil, enfocar la atención en el ¿por qué de las defensas? implica escuchar ¿para qué sirven? (Morales, 2007).

[5] La mirada se transformó, dejando de ser amenaza para convertirse en sonrisa. El canto ancestral se vinculó al masaje sonoro. En el centro, el cuidado de la voz. La autoimagen creada con los ojos cerrados permitió la exploración de otras áreas de sí mismas, motivó risa y juego. La postura y el movimiento, guías de una concepción más amplia de quien era cada una, y un encuentro con sus sombras. Las defensas se movilizaron y los cuerpos expresaron más cansancio, pesadez, inflamación, así como tranquilidad para reaccionar frente a situaciones de riesgo, sueños distintos, vívidos. El lugar seguro del proceso creativo llevó al hogar, reconociendo que lo llevan dentro; la añoranza de un pasado arrebatado, que se puede integrar y que duele no tener. La arcilla fue barro del río de la infancia. La creación fue un espacio de disfrute, de conexión con las historias que pasaban desapercibidas, lo no dicho. En la socialización se elaboraron sentires; se dio la oportunidad de dar un lugar al recuerdo en el presente. Se integró la imaginación como posibilidad de flexibilizar la relación que se tiene con el mundo, transitar de un material duro a uno más suave y maleable fue fundamental. La caricia vehiculó el componente de cuidado de la otra y de reconocimiento de los sentires grabados en el cuerpo. En sus propios cuerpos, la seguridad de la adulta. La materialización de la experiencia permitió recrear en las obras plásticas sentimientos de alegría, nostalgia, soledad, amor, así como el derecho a ser cuidadas. De cierre se vivenció la práctica del masaje ancestral.


[*] Psicóloga (Pontificia Universidad Javeriana). Máster en Terapias Artísticas y Creativas (Instituto Superior de Estudios Psicológicos, Universitat de Vic, en adelante, ISEP). Miembro allegado de la Asociación Colombiana de Arteterapia. AR.TE.

 

Cómo citar este artículo:

Cardona Pareja, L. (2022). “Tránsitos territoriales de la identidad, diálogo entre las terapias artísticas y el saber ancestral afrocolombiano”. Arteterapia. Proceso Creativo y Transformación, Nº 10, pp. 17-19. Recuperado de https://arteterapiarevista.ar/