La mentira de la verdad o la verdad de la mentira en el arte de la escritura como recurso terapéutico

Analía Cacciatori[1]

Pensar el concepto de verdad en el arte de la escritura parecería una contradicción irrelevante. Sin embargo, en este artículo reflexionaremos sobre un arte que permitirá lograr efectos terapéuticos, y pensar en efectos terapéuticos a través de investigaciones que han comprobado su existencia procura un registro de verdad, que nos dará “garantías” en su uso.

 

Resumen: Este artículo presenta algunas líneas teóricas que permiten pensar al arte en general y la escritura en particular como una excelente herramienta que puede utilizarse con fines terapéuticos, en tanto permite organizar, tomar distancia y, en un proceso más lento y reflexivo, re-significar historias y acontecimientos vividos, y en base a ello, analiza, como cada creación literaria produce distintas verdades, la de cada uno.

Palabras clave: verdad, mentira, arte, escritura, terapéutico.

Introducción

Considerar la escritura como recurso terapéutico es una práctica que viene desarrollándose hace décadas, y a través de diversas investigaciones se evidencian sus efectos terapéuticos y su valor como herramienta de intervención en diversas áreas, fundamentalmente en la salud mental y, en particular, en arteterapia.
Ahora bien, pensar el concepto de verdad en el arte de la escritura parecería una contradicción irrelevante. Sin embargo, reflexionaremos sobre un arte que permitirá lograr efectos terapéuticos, y pensar en efectos terapéuticos a través de investigaciones que han comprobado su existencia procura un registro de verdad, que nos dará “garantías” en su uso. Así es entonces cómo el arte de escribir se cuela en este entramado de “verdad científica” y forma parte del desarrollo de estas investigaciones y enfoques, y a la vez, no escapa a las controversias y a las dudas respecto de si escribir siempre hace bien.

Desarrollo

Partimos de la siguiente definición: “El arte es toda forma de expresión de carácter creativo que poseen los seres humanos. Es la capacidad que tiene el hombre para representar sus sentimientos, emociones y percepciones acerca de sus vivencias y el entorno que lo rodea” (Pirela Sojo, 2024).
El arte es así un medio, un canal de expresión dinámico y subjetivo, que abarca muchas más técnicas y formas –entre ellas, la escritura– y que a lo largo de la humanidad se ha ido expandiendo por todo el mundo.
En este sentido, es casi ineludible concluir que el concepto de verdad aquí no tendría cabida. No solo no es relevante, sino ¿qué importa la verdad si se trata de la expresión subjetiva y humana?
Sin embargo, abordaremos la escritura terapéutica, esto es, un arte que permitirá tener efectos terapéuticos, y lo terapéutico alude en el origen de esta palabra a la ciencia y el arte de sanar, a restaurar, cuidar, atender, aliviar. Involucra por ende la aplicación de medidas preventivas y curativas con otro peso en lo que la rigurosidad científica requiere.

El arte es un medio, un canal de expresión dinámico y subjetivo, que abarca muchas más técnicas y formas –entre ellas, la escritura– y que a lo largo de la humanidad se ha ido expandiendo por todo el mundo.

 

El desenlace trágico de muchos escritores y poetas alimenta esa duda, donde el decir –a veces directo, a veces puesto en metáforas o personajes– parecería herir más de lo que sana. Emerge entonces esa otra verdad, la de cada uno, la subjetiva. La de las historias autobiográficas, la de las ficciones que cuentan de forma camuflada hechos reales “verdaderos”.
Rosa Montero dice: “Mucho de lo que cuento en primera persona como si se tratara de una autobiografía es pura mentira. Ahora, que esas mentiras puedan tener una cantidad de verdad dentro, es otra cosa” (Redacción Clarín, 2003).
De esa forma, el concepto de verdad se juega en la escritura terapéutica a modo de desafío: ¿es posible trabajar con textos producidos sobre la base de la ficción y las mentiras y aun lograr así algún efecto terapéutico real?
En las investigaciones y enfoques que trabajan la escritura terapéutica se señala que esta es el uso intencionado de la escritura como herramienta con el fin de obtener efectos terapéuticos, por lo tanto, apunta al acto de escritura y lo que ocurre en ese proceso, no al producto (Fagundez, 2024).
Desde ese lugar no es importante que el producto/resultado sea ficción, esté cargado de mentiras o, parafraseando a Montero, camufle las verdades. Sin embargo, ese proceso ¿no debe permitir el contacto en algún momento con algunas verdades?
Nietzsche plantea que el hombre anhela únicamente las consecuencias de la verdad, pues en realidad es indiferente al conocimiento puro. La ilusión de verdad da alivio, ayuda a organizar las ideas, a dar ciertas certezas tranquilizadoras. Pero a la vez ese “conocimiento puro” se evita porque puede dañar o herir, y hasta ser insoportable si no trae esas consecuencias buscadas, y solo evidencia eso que causa dolor.
A esta encrucijada planteada, Nietzsche (1896) le agrega los aprietos que se suman si pensamos en las convenciones del lenguaje. Se pregunta: “¿Concuerdan las designaciones y las cosas? ¿Es el lenguaje la expresión adecuada de todas las realidades?” (p. 5). Y agregamos: ¿qué pasa cuando el decir no parece ser suficiente?
La escritura se enfrenta así a estas dificultades y la problemática de la ilusión nos dirige a la dificultad de la hermenéutica (interpretación que permite la comprensión) como manifestación y restauración de un sentido o como desmitificación, reducción de ilusiones y mentiras de la conciencia.

El creador literario, al igual que el niño que juega, crea un mundo de fantasías, le da grandes montos de afecto y lo separa de la realidad efectiva. Solo se diferencia en el apuntalamiento que hace la distinción del jugar con el fantasear.

 

En esta última, nos encontramos a la escuela de la sospecha,2 y tres expertos en el tema: Marx, el ya mencionado Nietzsche y Freud, colocados bajo la fórmula “de la verdad como mentira”. Por medio de una crítica “destructora” y de la invención de un arte de interpretar, los tres nos conducen a un nuevo reinado “de la Verdad”. Establecen una relación entre lo oculto y lo mostrado, en la que cada uno ha hecho coincidir sus métodos de desciframiento (consciente) con el trabajo de descifrado (inconsciente) atribuyéndolo al ser social (detrás de las ideologías están las relaciones de producción), a la voluntad de poder (detrás de la verdad hay una voluntad de poder distinta a la de dominio) y al psiquismo inconsciente (el ser humano no es tan racional), respectivamente.
Aquí nos detendremos en Freud, quien plantea que quizás debería buscarse en el niño las primeras huellas del quehacer poético. El niño, cuando juega, crea un mundo propio, o bien, inserta las cosas de su mundo en un nuevo orden. En su juego emplea grandes montos de afecto y apuntala sus objetos y situaciones imaginadas en cosas palpables y visibles del mundo real.
El creador literario, al igual que el niño que juega, crea un mundo de fantasías, le da grandes montos de afecto y lo separa de la realidad efectiva. Solo se diferencia en el apuntalamiento que hace la distinción del jugar con el fantasear.
Al dejar de jugar el adulto aparentemente renuncia a la ganancia de placer que extraía del juego. Pero en realidad solo resigna el apuntalamiento en objetos reales y, en lugar de jugar, fantasea, crea lo que llama “sueños diurnos”.
Además, se espera que el adulto actúe en el mundo real, lo cual provoca que se avergüence de sus fantasías y las esconda de los otros, haciéndolas parte de sus intimidades más personales. De ahí que muchas veces crea que es el único que forma tales fantasías, reafirmando su condición de “ridículas, tontas o locas”, y/o se sorprenda cuando aparecen creaciones similares en los demás. Su fantasear lo avergüenza por infantil y por “no permitido”. Solo la “Necesidad”, dice Freud, es la que, en ocasiones, abre la posibilidad de decir, de compartir “penas y alegrías”, exponiendo así las fantasías.

Cada creación literaria produce distintas verdades, la de cada uno, y la escritura es una herramienta privilegiada en tanto permite organizar, tomar distancia y, en un proceso más lento y reflexivo, re-significar historias y acontecimientos vividos.

 

De esta forma, podemos equiparar la creación poética con el sueño diurno, y esos sueños/fantasías estarán atravesados por mecanismos que contribuirán a su desfiguración, dado que contienen aspectos de los que avergonzarnos y debemos ocultar, y que por eso mismo fueron reprimidos, empujados a lo inconsciente. La censura y la represión ocultarán eso que avergüenza y el contenido del sueño aparecerá como la figuración de un deseo cumplido y su oscuridad responderá a las alteraciones impuestas por la censura.
“Es lícito decir que el dichoso nunca fantasea; sólo lo hace el insatisfecho. Deseos insatisfechos son las fuerzas pulsionales de las fantasías, y cada fantasía singular es un cumplimiento de deseo, una rectificación de la insatisfactoria realidad” (Freud, 1980, pp. 129-130).
Freud establece que el creador literario posee la técnica para superar las barreras que se levantan entre cada yo singular y los otros, logrando superar la censura. El poeta en esa técnica recurre a dos clases de recursos: variaciones y encubrimientos. Con la figuración de las fantasías logra ofrecernos una ganancia de placer formal y estética proveniente de fuentes psíquicas situadas a mayor profundidad. Nos habilita a disfrutar de nuestras propias fantasías sin remordimiento ni vergüenza, porque dicho goce de la obra literaria proviene de la “liberación de tensiones en el interior de nuestra alma” (Freud, 1980, p. 135).
Ahora bien, desde esta perspectiva, la razón del alivio estaría aún en esa “mentira” conformada por variaciones y encubrimientos que permiten el cumplimiento de deseo. Pero nos resta todavía preguntarnos qué sucede cuando aparece la angustia.
En lo que respecta a los sueños, Freud plantea que tenemos los que figuran no disfrazadamente un deseo no reprimido, los que expresan disfrazadamente un deseo reprimido y los sueños que figuran un deseo reprimido, pero sin disfrazar, o lo hacen de forma insuficiente. Estos son los sueños que en general van acompañados de angustia, que los interrumpe. Continuando con el paralelismo entre sueño y fantasía, quizás le sucede lo mismo al creador literario, cuando el recurso artístico le resulta insuficiente, y ese contacto le produce angustia. ¿Será ese el acceso a la verdad, o será una mentira que duele porque se frustra al no cumplir el deseo de su verdad?
Desde esta perspectiva, podemos preguntarnos entonces, con Nietzsche (1986): “En realidad, ¿qué sabe el hombre de sí mismo? ¿Sería capaz de percibirse a sí mismo, aunque solo fuese por una vez, como si estuviese tendido en una vitrina iluminada?” (p. 3).
¿Qué es entonces la verdad? Dice Nietszche: “las verdades son ilusiones de las que se ha olvidado que lo son” (p. 8).
La ciencia se olvida de que también es una ilusión y el arte se escapa de ella a través de la subjetividad. El rigor científico se vuelve así muchas veces inflexible y el arte se subestima en una ilusión extrema romantizada.
Quizás aquí tengamos el punto de inflexión, donde arte y ciencia pueden conjugarse a través de efectos terapéuticos que evidencian otras verdades, que deben ser contenidas y acompañadas. Una postura ética y rigurosa en el uso de la escritura como herramienta será fundamental en ese sentido. Ejemplos claros de dicha contención podemos encontrar en diversas experiencias que utilizan el arte con intención terapéutica y que procuran el tránsito del dolor de diferentes formas.
Cada creación literaria produce distintas verdades, la de cada uno, y la escritura es una herramienta privilegiada en tanto permite organizar, tomar distancia y, en un proceso más lento y reflexivo, re-significar historias y acontecimientos vividos.
La palabra, el decir, a veces no es suficiente para sanar y apoyarlo con otras formas de expresión, como el acto de escribir permiten ese acceso a una liberación profunda y transformadora. La clave estará en que cada persona encuentre su forma y su nuevo decir.

 

 

Conclusiones

Devereux nos ha demostrado que el comportamiento humano no es de ninguna ciencia en particular sino que al ser tomado como objeto de estudio es esa ciencia la que hace que el mismo sea un dato antropológico, sociológico o psicológico. Por lo tanto, las formas de alivio también serán diversas en función de las ciencias y las artes, en sus distintas expresiones crearán diversas posibilidades de sanar, que requerirán de la rigurosidad de la contención, del apuntalamiento, del acompañamiento, para que ese dolor no desborde, o hiera más.
En la medida que esa contención se produzca podrán crearse nuevas formas, nuevos decires, porque siempre somos “portadores de historicidad (es decir, de la capacidad de intervenir sobre nuestra propia historia) y productos de una Historia de la cual buscamos desesperadamente volvernos sujetos, significar y re-significar nuestras vidas” (Araújo, 2009, p. 33)
A modo de cierre, quiero recordar una cita que tiene como objetivo recapitular, parafrasear un posible para qué y por qué escribir con fines terapéuticos:

Y en este juego dialéctico de libertad y determinismo nos vamos construyendo. No “somos” sino que “vamos siendo”. […] Y en esta “Era del vacío” donde el “Imperio de lo efímero” (Lipovetsky, 1990) atraviesa nuestro ser en el mundo, “somos” a pesar de todo, en algún lugar de nosotros mismos capaces de transformar el mundo y transformarnos (Araújo, 1997, p. 16).

 

Bibliografía

 

Araújo, A. M. (coord.) (1997). Montevideanos: Distancias visibles e invisibles. Habitus psico-socio-culturales. Montevideo, Editorial Roca Viva.

— (2009). Sociología clínica (2). Montevideo, Editorial Argos. 

Atwell, M. (2020). Land Art y Arteterapia. Arteterapia. Proceso Creativo y Transformación, 8, 5-8. https://arteterapiarevista.ar/land-art-y-terapia

Bruder, M. y Fagúndez, P. (2020). La Escritura como herramienta de intervención en el campo de la Arteterapia. Arteterapia. Proceso Creativo y Transformación, 7, 18-20. https://arteterapiarevista.ar/la-escritura-como-herramienta-de-intervencion-en-el-campo-de-la-arteterapia/

Caridad Sánchez, C. M. y Wainstein, I. (2023). La voz colectiva a través del arteterapia. Arteterapia. Proceso Creativo y Transformación, 11, 45-49.

Fagúndez, P. (2024). Curso Formación Profesional en Escritura Terapéutica (5a ed.). 

Freud, S. (1980). Obras completas. Tomo IX, “El creador literario y el fantaseo”. Buenos Aires, Amorrortu.

Nietszche, F. (1896). Sobre verdad y mentira en sentido extramoral. https://web.archive.org/web/20090902130942/http://www.edu.mec.gub.uy/biblioteca%20digital/libros/N/Nietzsche%20-%20Sobre%20verdad%20y%20mentira%20en%20sentido%20ex.pdf

Pirela Sojo, F. (2024). Arte. Enciclopedia Conceptohttps://concepto.de/arte/

Redacción Clarín (7 de septiembre de 2003). Rosa Montero: “Todo lo que cuento de mí es pura mentira”. https://www.clarin.com/sociedad/rosa-montero-cuento-pura-mentira_0_SkurBeeCFg.html?srsltid=AfmBOorExr2zSCDmKaGGXWH3Icdl6w6z2zeDVjMuDWfqEWqJEzeMLJQ

 


[1] Licenciada en Psicología (Universidad de la República, Uruguay), Magíster en Psicología Clínica (Universidad de la República, Uruguay). Formada en Escritura Creativa (Alianza Cultural Uruguay y AGADU coordinados por el Dramatugo Andrés Tulipano) y en el Programa de Formación Profesional en Escritura Terapéutica (impartido por la licenciada Patricia Fagúndez).

Diplomada en Formación Profesional (Universidad Nacional de San Martín, Argentina) y en Gestión Humana (ADM). Egresada del Programa de Desarrollo Directivo del IEEM, Escuela de Negocios, Universidad de Montevideo, Uruguay.

[2] “Escuela de la sospecha” refiere a una expresión, utilizada por primera vez en 1965 por el filósofo Paul Ricoeur para referirse a las filosofías de Marx, Nietzsche y Freud, a quienes se los conoce como los «maestros de la sospecha», dado que cada uno, desde su pensamiento, consideraró que la conciencia en su conjunto es una “conciencia falsa”. 

 

 

Cómo citar este artículo: 

Cacciatori, A. (2024). La mentira de la verdad o la verdad de la mentira en el arte de la escritura como recurso terapéutico. Arteterapia. Proceso Creativo y Transformación, 12.